sábado, 12 de junio de 2010

(No tan) nuevos escollos del pensamiento religioso

"Todo es posible para quien tiene fe", "todo es posible si puedes creer." Esta frase y sus legiones de variantes siempre están de vuelo en vuelo, en boca de tantos varones y mujeres religiosos (y seudoreligiosos) que, cuando no saben resolver los problemas de la vida o ayudar al prójimo en ello, cierran los ojos y sueltan dicha frasecita, bien porque están verdaderamente convencidos de que es así, o porque lo dicen por puro hábito. A la salud de todos los espirituales bona fide (lo mismo que a la de todos los maestritos de pacotilla), nos proponemos examinar a fondo las debilidades de este modo de hablar.

Dicha debilidad primordial se halla en la misma frase: "todo es posible." Al poner un poco de seso en el asunto, es fácil deducir que ese "posible" trata de una entidad condicional: puede ser o no ser. Si estamos en lo correcto, entonces el sentido literal de la frase sería "quien tiene fe puede hacer todo", pero no tiene que hacerlo: puede optar por esto o lo otro.

Aunque no queremos entrar en la susodicha discusión sobre la fe y las obras, debemos aventurar este postulado: el común de las gentes no sabe distinguir entre creer y asumir, en el sentido de que están condicionados para pensar que el mero hecho de "tener fe" va a causar mágicamente que ya no tengan problemas, que dejen de tener miedo, dudas e incertidumbre, o que encuentren su nicho en esta vida y no tengan que buscar más. Estas corrupciones del creer propician que los ateos, escépticos e incrédulos del momento rechazen fe y religión como algo nocivo para el hombre, ya que propician que la gente se recueste en sus Baales y deje de hacer lo que deben para construir un mundo mejor, o peor todavía, los impulsan a cometer barbaridades en el nombre del Yahvé o Alá de cada cual.

Hay que reconocer que muchos líderes religiosos tienen un grado mayor o menor de responsabilidad por la perpetuación de este error fatal, ya que, al recalcar continuamente que "la salvación es don gratuito de Dios", que "Dios nos reconcilió Consigo cuando aun eramos pecadores", que la misma fe es "don de Dios", etc., terminan creando una mentalidad de donismo: "nosotros somos buenos porque creemos", "nosotros somos salvos por nuestra fe", "Dios tiene que existir porque nos quiere mucho, porque es bueno, porque nosotros somos buenos", etc.

La cuestión radica en que aunque no actuemos de modo donista en nuestro día a día, lo seguimos reforzando a nivel de habla, cuyas recurrencias eternas vician gran parte del pensamiento religioso con anacronismos como el creacionismo, el antropocentrismo y, el peor de todos, la cerrazón existencial: todo aquello (personas, lugares, cosas) que no coincida con nuestro modo de creer/pensar ni lo refuerze es malo y debe ser silenciado. Este es el error de los que rechazan la teoría de la evolución porque no encaja con sus lecturas literales del Génesis, aunque ellos mismos admiten matices y sesgos en sus interpretaciones particulares cuando no les conviene leer literalmente (Me encanta especialmente esa frasecita del salmo: ¡Feliz quien agarre a tus pequeños y los estrelle contra la roca!).

Así queremos demostrar que, más que no tener fe u obras, el peor enemigo del pensamiento religioso es la presunción. Ni Dios ni la vida están obligados a concedernos deseos sólo porque creamos mucho, ni tampoco se tienen que adaptar estricta e inexorablemente a la letra de un libro que, aunque tenga verdad inspirada por Dios, no deja de ser escrito por humanos para humanos en lenguaje humano, el cual, al estar escindido en sí mismo, es sumamente falible: la letra mata, pero el espíritu vivifica. Cuando aprendamos a diferenciar entre la verdadera fe y nuestras propias nociones y prejuicios, empezaremos a rehabilitar el pensamiento religioso ante los de afuera, aprendiendo a ir más allá de la letra para guardar el Todo de la Ley y la Ley del Todo, porque no podemos vivir sin obrar, ni podemos obrar sin pensar.

sábado, 29 de mayo de 2010

Pensamientos breves en torno a la huelga en la IUPI

Sin pretender excusar este larguísimo silencio, quiero exponer mi opinión personal en torno a la huelga que mantiene cerrada a la Universidad de Puerto Rico desde hace un mes y cinco días. Primero que nada, el amor a la verdad me obliga a dar la razón a los huelguistas, ya que virtualmente todos sus reclamos son buenos, justos y razonables: no podemos tolerar que las medidas arbitrarias postuladas por el Gobierno se aprueben, ya que ello dejaría fuera de la Universidad a tantos y a tantas que se han ganado el derecho a estudiar allí (por "derecho a estudiar" me refiero a que tanto sus inclinaciones intelectuales como su promedio y rendimiento académico son dignos de ser admitidos a una entidad de educación avanzada. Creo que a nadie se le debe dejar ingresar a una universidad solamente porque posee mucho dinero e influencias, ni tampoco se debe vedar la entrada a quienes estén debidamente cualificados porque no cuenten con recursos económicos o no sean lapas del régimen de turno).

Admiro la convicción, dedicación y perseverancia con que tantos compañeros se han arrojado a oponerse a las arbitrariedades del poder, ya que éstos se han mantenido en sus posturas y han conservado la calma ante tantas presiones e injusticias descaradas que se han cometido contra ellos, pero debo admitir que no estoy contento en absoluto con los métodos a los que éstos recurren en la lucha. Por ejemplo, cuando comparecí a la reciente asamblea estudiantil que se celebró en el Centro de Corrupciones (digo, Convenciones), pasaron una o dos horas antes de que la misma iniciara (estaba pautada para las diez de la mañana). Este retraso se debe a la institucionalización de la descortesía, la incivilidad, la dejadez y la irresponsabilidad en este ridículo paisito nuestro, pero éste tenía como propósito ulterior el exasperar a los potenciales opositores a la huelga y al movimiento huelgario para así "obligarlos" a marcharse.

Segundo, gran parte de la actividad se redujo a gritos de demagogos que buscaban lavarle el cerebro al público que aplaudía y aullaba servilmente a favor de extender el conflicto. Este último aspecto se me hizo más desagradable aún cuando todos aquellos que manifestaron su oposición a la huelga o a la forma en que los líderes de la misma hacen las cosas fueron abucheados e injurados por el populacho, sin haber cometido otro crimen fuera de estar en desacuerdo con la mayoría.

No quiero decir que todos los que apoyan esta huelga y participan en ella son demagogos o aduladores serviles: el mero hecho de que se hayan opuesto a las disposiciones iniciales del gobernador Fortuño (aquél que se ha convertido en nuestro pecado común) y de su gabinete en lugar de plegarse al régimen para salvar sus intereses particulares muestra lo contrario. Tampoco quiero hablar de educación y good manners porque sí, ni vengo a arengar a nenes chiquitos ni a sermonear a manganzones: solamente escribo deseandoque estas malas prácticas se enmienden, porque creo que perjudican la causa huelgaria.

¿Qué credibilidad puede tener una lucha si los que luchan no respetan al público que quieren convencer, ya que ni siquiera honran sus propios horarios? Esto da la impresión de que la gente le importa un pito a los líderes, y que éstos últimos no desean otra cosa que todos seamos ovejas pendejas que tengamos por bueno todo lo que ellos dicen y ejecutemos sin objecciones cuánto ellos manden. Se me hace sumamente difícil respetar (y mucho menos escuchar) a quien me convoca a tal lugar para discutir o hacer tal cosa, y luego me fuerza a esperar no cinco o diez minutos, sino horas enteras, y no porque tuvo algún accidente o percance, sino simplemente porque quiere poner a prueba mi paciencia tentándome para que me vaya, me quede fuera del proceso y así eliminar mi posible estorbo a su agenda oculta o manifiesta.

Segundo, ¿cómo puede tolerarse que se abuchee a alguien únicamente porque discrepa con nosotros, sobre todo como universitarios que somos? ¿Dónde quedó toda esa habladuría en favor de la democracia y nuestros juramentos de ser democráticos? No podemos ser abiertos, pacientes y objetivos únicamente mientras nos convenga: si queremos ser buenos líderes, muchas veces tendremos que escuchar lo que no queremos y soportar lo que aborrecemos. Aunque seamos excelentes oradores y tengamos la causa más justa del Universo, no faltará quien se oponga a nosotros, sea porque no quiere lo mismo que nosotros, o porque simplemente no está de acuerdo con la forma en que ejecutamos nuestros esquemas.

Si dejamos que el público grosero grite y despotrique impunemente contra todo lo que no le gusta, ¿qué será de nosotros? ¿Nos dejaremos manipular por los caprichos y el celo imprudente de la mayoría? Si fuéramos minoría, ¿querríamos que se nos tratara del mismo modo que tratamos a los disidentes ahora? Las alianzas y posturas políticas se levantan y desmoronan como castillos de arena, pero el apoyo y la buena voluntad del prójimo duran para siempre si se trabaja por seguir siendo digno de ellos, mas si se pierden, es casi imposible recuperarlos.

Para terminar, recuerden que no se trata de un reproche contra los huelguistas y líderes como personas, ni tampoco estoy negando sus méritos ni pisoteando su abnegación, sacrificio y desinterés: sólo quiero llamar la atención para que estos "pecadillos" se arranquen a tiempo y no perjudiquen una causa tan justa. Lo bueno y lo malo que hacemos al prójimo se nos hará a nosotros, y sería sumamente triste que ésta u otras luchas fracasen porque no quisimos tratar al otro como nosotros mismos queremos ser tratados, todo en nombre de algo bueno que se corrompió por causa de nuestros egoísmos, maquinaciones e hipocresías.

miércoles, 14 de abril de 2010

Los vertientes de la lengua humana

"Es el hablar efecto grande la racionalidad, que quien no discurre, no conversa."

Baltasar Gracián, El criticón, Primera parte, Crisi Primera

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Desde que me levanté esta mañana, me ha venido dando vueltas por la cabeza la empresa de armar una breve discusión en torno al habla, eso que es tan fácil de percibir como un fenómeno propiamente humano. Para ello, nos proponemos discernir diversos aspectos y vertientes que constituyen el mismo, aunque no pretendemos montar una exégesis exhaustiva, ya que ello por ahora escapa de nuestras habilidades.

Primero que nada, definimos el lenguaje como aquel entramado de Significantes que los seres humanos crean y organizan en un código coherente, no para congelarlo en inalterabilidad, sino para que siga creciendo y expandiéndose con los siglos, ya que, de otro modo, pasará a ser lengua muerta cuando las generaciones la abandonen por otras que les sirvan mejor. No podemos sino conceder al lenguaje cierto derecho a la arbitrariedad, ya que los Significantes y significados de las palabras y las cosas no llegan a ser por decreto del Cielo, sino por acuerdo común entre el grupo social, el cual establece sus propias pautas peculiares para que sus miembros puedan entender y hacerse entender entre todos.

En segundo lugar, definimos hablar como acción y efecto de comunicarse con otros seres humanos o racionales (e incluso con criaturas y seres incapaces de razonar) por medio de la formación y estructuración coherente de letras y palabras que conllevan un pensamiento, concepto o idea organizadas por medio del lenguaje. Hablamos cada vez que abrimos la boca para articular sujetos, predicados, verbos, adverbios, conjunciones, etc., durante los eventos de nuestro día a día, sobretodo cuando charlamos con amigos, parientes y desconocidos.

Ahora bien, creemos que charlar trata de la acción y moción de hablar con otros seres capaces de raciocinio, los cuales deberán escuchar y responder a su vez a cuanto digamos para mantener corriendo la voz, a menos que queramos monologar. Charlar conlleva discusiones o habladurías más o menos relevantes, ya que nuestra especie también puede armar chistes, artificios, bromas y desdenes por medio de la lengua, entre los cuales están la broma, el sarcasmo, el double entendre, la ambigüedad, etc.

Ahora bien, conversar es algo enteramente distinto, cuya definición confiamos al propio Gracián: "Comunícase el alma noblemente produziendo conceptuosas imágenes de sí en la mente del que oye." Cuando conversamos, insuflamos nuestro discurso de mayor peso lingüístico, ya que ponemos mayor ahínco en otorgar coherencia, conección y veracidad a lo que decimos porque buscamos engendrar argumentos, defenderlos ante los de otro, y ganar la aprobación y acuerdo de los demás con nuestro postulado.

Es entonces cuando llegamos a decir: pretendemos dominar el lenguaje para enarbolar un argumento. Esto ocurre porque, cuando hablamos, la lengua tiende a dominarnos, ya que no solemos protegernos de sus ambigüedades y equívocos posibles. No es que el decir no pueda incurrir en errores, equivocaciones, incongruencias y otros tropezones, adredes o no: no sólo tiende a cuidarse por no caer en ellos, sino que, cuando los comete, suele esgrimirlos de manera estratégica, bien para denunciar algún error, comunicar tal o cual idea, o para expandir la discusión al cubrir tópicos no tratados todavía.

Las dificultades del decir se agravan cuando entran a colación el idioma y el dialecto. Creemos que el primero es el entramado o código de la armazón del lenguaje particular que se habla en un país o nación. Cada idioma se rige por su propio entramado de Significantes y significados, por lo que resulta foráneo a los que no lo conocen o dominan. Incluso cuando lo manejamos más o menos bien, éste tiende a confundirnos en ciertas instancias: por ejemplo, cuando escucho una canción en inglés, ocurre varias veces que no puedo discernir bien lo que se canta, bien porque suena raro, porque no me sé la letra, o porque simplemente no logro prestarle la atención que exige. Dominar tal o cual idioma no equivale a descifrar siempre todo lo que se diga por medio de él: para ello se requiere estudiarlo y meditarlo en tranquilidad y sosiego, ya que la prisa es enemiga de todo lo que merece ser hecho bien.

Para terminar, el dialecto conlleva las variantes de un idioma específico que se dan en las regiones dentro de un mismo país, o entre países que comparten un mismo idioma. Es muy conocida la peculiaridad de la zeta española, la cual suena rara y hasta risible para los que hablamos bajo el seseo de las Américas, y ni hablar de las calumnias y burlas que el acento británico sufre hasta el sol de hoy. ¿Cómo olvidamos ese borincanismo que cambia las eles por erres en las palabras? Por eso creemos que el dialecto es la interpretación que una región o país particular hace de un lenguaje común mientras avanza en la búsqueda de hacer sentido, tanto a nivel individual como común.

Queda mucho por discutir todavía: baste lo dicho para generar preguntas, respuestas y propuestas que permitan artícular nuevas definiciones y que además perfeccionen aquellas que ya existen.

jueves, 8 de abril de 2010

Principios y valores: ¿cuál es la diferencia?

Todos hemos estado ahí: estamos en casa lo más tranquilos, distraidos por un trillón de cosas (especialmente mientras vemos televisión), cuando equis o yé cuestión moral vuelve a la superficie, con sus multitudes de detractores y favorecedores. Los que exigen el cambio se vuelven cheerleaders de "progreso", "libertad", "modernidad", chijí, chijá, mas los que se oponen dicen que éste es malo porque se opone a "nuestros valores."

Esta última palabrita, fastidiosa como ella sola, siempre sale por todos lados: libros sobre cómo educar a los hijos, homilías y otras chácharas desgastadas y discursos oxidados. Muchos la aman, muchos la aborrecemos, ¿mas que significa?

Partiendo de un conocimiento muy superficial del trabajo de Alain Badiou (según lo explica el Dr. Juan Duchesne Winter), definimos valores como aquellas cualidades, actitudes y atributos de la conducta humana que una sociedad particular acepta y fomenta en sus miembros para perseguir propósitos comunes, sin importar que los últimos sean buenos o malos en sí mismos. Este discurso es especialmente notorio por querer reducir a su propia ley aspectos de nuestra vida común, como el matrimonio heterosexual, el derecho a la vida inocente, la castidad, la equidad en todas las cosas, etc. Dichas virtudes y otras más se cotizan porque mantienen viva la sociedad, ya que propician la paz y la tranquilidad civil, aspecto que explica por qué se han colocado hasta en los púlpitos, ya que muchos de ellos se han convertido en perros falderos del establishment.

Sin embargo, este sistema de valores lleva legiones de debilidades fatales en su constitución: primero que nada, no persigue fines ulteriores, sino lo que es bueno para el momento y contexto de ahora. Segundo, defiende sus posturas por medio de palabrería trillada ("el matrimonio es la vida de la sociedad", "los niños son el futuro", "ya no estamos en la Edad Media", "somos libres", etc.) y argumentos caducos (apelación a la tradición, a la antigüedad, a la ortodoxia, a lo que quiere la mayoría, a la "voluntad" de Dios, etc.). Por decirlo de otro modo, el sistema de valores persigue sus designios mirando hacia el tiempo pasado, lamentándose por el ayer que ya no existe, llorando un "mejor" después que se demora en llegar mientras suspira por volver a las cebollas de Egipto, cuando el antiguo régimen estaba en el poder.

Hay que incinerar esta maldita palabra, ametrallar cuánto significa: es un viejo perro mellado que porfía en defender a su amo por medio de mordiscos. Persigue lo bueno por razones malas, ya que a sus adeptos les interesa más mantener vigente tal o cual statu quo que ir en pos de lo bueno, lo bello y lo verdadero. Todo lo reducen a resistir tercamente esa tempestad que quiere ahogar todo lo viejo para eregir lo nuevo: es una suma clichosa que todos conocen, pero que a nadie importa.

Por otro lado, los principios son un entramado moral, filosófico y/o religioso al cual se ciñe un ser humano particular para aprender, saber y conocer cómo ha de vivir. Estas personas (a las cuales llamamos principales) no se desviven por que el resto de la humanidad viva según el entramado de ellos, ni tampoco les importa si a los demás les agrada o desagrada lo que ellos hacen, piensan o dicen. Permanecen fieles a sí mismos cuando el mundo entero se desfigura tras modas y gustos, ya que viven imitando únicamente a sí mismos, o bien emulando a ese varón o mujer que juzgan digno de amor y estimación.

Estos seres humanos, sin dejar de ser vulnerables a las concupiscencias y debilidades comunes, luchan por ver más allá de sí mismos para trascender sus propias visiones de mundo. Respetan al Otro aunque no estén de acuerdo con él, y más aún, lo escuchan cuando habla, ya que no les molesta para nada el mero hecho de que viva: pueden compartir el mundo con dicho Otro sin que ellos mismos se postren ante lo malo ni conculquen lo que es bueno, porque perseveran en sus principios, aunque el Universo entero se haga cenizas.

Para bien o mal, el mundo pertenece a aquellos que tienen principios, los que avivan a la mayoría en esos rarísimos momentos en que tiene razón, mas la reprenden con vehemencia el resto del tiempo: buscan lo mejor para el prójimo y para sí mismos porque saben que los que se pliegan terminan olvidados. Aunque sean odiados ahora, sobreviven la elisión de la historia porque se exigen más a sí mismos que al resto del mundo, ya que saben que éste no cambiará si nosotros mismos no cambiamos primero.

viernes, 26 de marzo de 2010

A propósito de la 'voluntad' de Dios

El ser humano es asquerosamente presuntuoso: ¿qué otra criatura es capaz de prometerse a sí misma que todo va a salir "a la buena de Dios"? Nos referimos a esa tendencia de nuestra raza a "arrojarse" en los brazos de algún Omnipotente cuando ya no podemos o queremos resolver un problema o situación individual o común. ¿Quién no se siente tentado a mandarlo todo al carajo, dejando que sean Dios, Alláh, Krishna, Zeus, Júpiter, etc., quienes sostengan el mundo?

Sin embargo, lo que más nos llama la atención esta noche es una peculiaridad mucho más sutil, y por ello, harto más letal: cuando nos arrojamos a defender nuestros principios, creencias y "valores", tendemos a repetir que Dios está con nosotros, que Él quiere lo que nosotros queremos, que está de nuestro lado y vamos a vencer por medio de Él.

Me arriesgo a que me acribillen, me linchen o excomulguen, pero lo diré de todas formas: no podemos fundamentar nuestros argumentos en la escapatoria del Deus vult. ¿Dónde dice en la descripción de empleo de Dios que Éste tiene que estar de acuerdo con todo lo que queremos, o que nosotros siempre tenemos que querer lo que Él quiere?

¿Por qué necesitamos que alguien o algo superior a nuestro entendimiento, percepción, poder y habilidad abrace nuestras causas y se comprometa a ayudarnos a vencer, o a vencer por nosotros, como espera el común de las gentes? Siendo que la debilidad, la impotencia y la muerte son parte irreductible de nuestra ontología, estamos "hechos" para creer que un alguien o algo superior avala cuanto hacemos, pensamos, decimos y creemos, ya que parte de la cuestión de ser humano es querer que alguien nos escuche y nos mire a los ojos, independientemente de que discrepe con nosotros o no, ¿y quién mejor que Dios para colmar este deseo?

Este mecanismo de "Dios lo quiere" casi siempre se reduce a un aparato de wish-fulfillment que nos motiva a seguir luchando sin detenernos demasiado a pensar y reflexionar, no tanto porque Dios "quiera" o no esto o aquello, sino porque Él "conduce" nuestra búsqueda y "dirige" nuestro camino, mala costumbre que nos hace creer que ya tenemos la victoria asegurada, lo cual ya constituye una arrogancia imperdonable, objetivamente hablando.

No estoy diciendo que está mal creer que Dios se preocupa por el Hombre y que lo cuida y lo protege, ni tampoco estoy afirmando ni negando que sea así o no: simplemente me estoy resistiendo a sucumbir a algo que se ha vuelto uno de nuestros peores hábitos del ser y el pensar a lo largo de los milenios. Recordemos también que cuando hablamos de Dios, casi nunca lo hacemos buscando comprenderlo y conocerlo tal como Él es en Sí mismo, sino guiados por lo que nosotros creemos que es Dios, o por lo que se nos ha enseñado que lo es: "el Hombre en su soberbia creó a Dios a su imagen y semejanza", escribió Nietzsche.

Si hemos de creer en alguien o algo y luchar por una causa, debe ser porque estamos convencidos firmemente de que el objeto de nuestro creer es bueno, justo y necesario en sí mismo, no porque alguien más estime que es así, aunque ese alguien sea Dios mismo. Si no nos arrojamos a nada sin contar con el "permiso" de nuestro constructo divinizado, ¿qué mérito tenemos? Esa es la misma actitud de tantos que son católicos porque sus padres, abuelos y todo su linaje desde Adán y Eva lo son o lo han sido, o los que votan siempre por tal o cual partido porque "en casa somos populares."

El ser humano está hecho para pensar, actuar y ser en y por sí mismo, haciéndose rector de su propia vida y gestor de cada uno de sus actos. Es por ello que somos seres responsables: porque podemos y debemos dar razón de nuestros actos. Independientemente de que hagamos lo bueno o lo malo, el meollo del asunto es que lo hacemos porque lo queremos y lo procuramos, sin importar si otros piensan o no como nosotros. Por eso es que el Deus vult no justifica las atrocidades cometidas durante las Cruzadas, ni los pecados de Occidente antes, durante y "después" del Cristianismo, ni tampoco perdonamos a los malvados del Tercer Reich que decían estar "obedeciendo ordenes."

En conclusión, decir que Dios quiere lo mismo que nosotros casi siempre se vuelve escapatoria, justificación y aliciente de lo que hacemos, sin quitar que sea bueno o malo en sí mismo. Por algo escribió Ovidio que al final "cada uno es su propio dios", gema a la cual añadió otro autor: "el corazón del Hombre es su propio reino de los cielos."

Debemos extirpar esta tendencia de nuestro espíritu, porque facilita el buscar excusas e invita a bajar la guardia durante la lucha por vivir. Elaborando sobre Spinoza, no sólo hemos convertido a Dios en "asilo de la ignorancia", sino también en burdel del No-Pensar, donde cada uno compra y vende designios y pretextos al por mayor.

miércoles, 10 de marzo de 2010

El Deseo, o el rey del abismo

"I keep looking for something I can't get."

Cutting Crew, "(I Just) Died In Your Arms", letra y música por Nick van Eede (1986).
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Somos seres deseantes, hecho del cual se desprenden innumerables aspectos que complican grandemente nuestra ontología, o ciencia del ser. No sé cuántas veces nos hemos hecho esta pregunta, pero una más no hace daño: ¿qué significa ser "hombre"? En mi caso, ¿qué significa ser hombre-varón en el Puerto Rico del siglo XXI durante la década de los dos mil diez, vienticinco años y doscientos noventa y siete días después de mi nacimiento?

Empezemos con lo fundamental: ¿qué es Deseo? Permitásenos discrepar con todos los Freuds, Lacanes, Jungs y Barthes habidos y por haber: opinamos que "Deseo" es lo que perseguimos con avidez. Más que una persona, lugar o cosa, es ese "algo" que buscamos asiduamente, mas nunca podemos conseguir: no sabemos por qué lo "deseamos", ni qué haremos con él si cae en nuestras manos. Lo mismo que el Coyote con el Correcaminos, simplemente queremos atraparlo, cueste lo que cueste, duela lo que duela, y si al principio fallamos, lo volvemos a intentar cuántas veces sea necesario. Esta búsqueda nos inunda e insufla tanto que, parafraseando la definición que Santayana da al fanatismo, seguimos redoblando nuestros esfuerzos a pesar de que hace tiempo olvidamos el por qué de nuestro empeño.

Sigamos con lo que sabemos: todos los seres humanos desean. Desde pequeños se nos insta a desear y a buscar el objeto de nuestro deseo: juguetes, golosinas, amistades, compañerismos, etc. (la economía no se alimenta de aire, después de todo). Durante nuestra adolescencia, nuestros deseos cambian de objeto, aunque su naturaleza permanezca inalterada: el niño que a los ocho años codiciaba figuras de acción persigue a los catorce cádenas de oro para doblegar su cuello. La niña que a sus cinco se tomaba en serio el jugar con muñecas se pinta a los quince como si fuera una, tal vez porque quiere enmascarar algún vacío o inseguridad, asco que se tiene a sí misma.

Como dice el Pensador, todos sabemos que deseamos, pero no sabemos qué deseamos: no hacemos sino arrastrar por todas partes la Oquedad de nuestro Deseo, el cual es hueco porque no es nada en sí mismo, porque no podemos compartirlo con nuestro prójimo, sea porque éste desea otro Deseo, o porque, aún en el caso de que compartamos un Deseo común, este Deseo suyo no es sino eso, ya que ningún ser humano desea de la misma manera en que desean sus semejantes cercanos o lejanos, aunque deseen un mismo deseo.

Por lo tanto, el Deseo es ese aspecto de la vida que nos une y desune a la vez, aquello que nos obliga como especie, como personas, como sujetos, a estar siempre al borde del abismo: quisiéramos poder no desear, pero también queremos alcanzar nuestro deseo, e incluso mientras lo perseguimos, lo que queremos en realidad no es alcanzar el objeto de dicho Deseo, sino seguir deseando. Podemos decir que esto precisamente es ser humano: un "poder desear."

Más que el razonar, más que el discurrir, más que el pensar, desear es lo que nos hace "especiales" en medio del gran esquema trazado por Dios, ya que lo que en los animales son necesidades imprescindibles para la vida (comer, beber, propagar la especie, conservar la vida propia y la de los miembros de la familia o manada, etc.), en nosotros son empeños, mecanismos de supervivencia ontológica, porque como especie no nos afanamos únicamente por sobrevivir, fornicar, ir de comilona a comilona, de bebelata a bebelata, o por propagar nuestros genes: estamos "armados" de manera tan peculiar, que queremos que estos aspectos antedichos signifiquen, que no sean solamente "algo" animal, ritualista o rutinario.

He aquí otro escollo: el Deseo es gemelo de la Muerte. Somos criaturas que quieren seguir deseando, pero sabemos que el tiempo se nos acaba, que tarde o temprano no sólo dejaremos de "existir", sino también de desear y, en consecuencia, de "vivir", de poder perseguir y conquistar lo mejor que podamos hacer con nuestra vida, ya que no hay nada prehecho, sino que todo es obra de nuestras manos. Por eso es que muchos creemos en la inmortalidad del alma: no podemos concebir que los que vivimos vayamos a desaparecer, que el mundo pueda seguir existiendo sin nosotros. Esto tiene mucho de narcicismo y egocentrismo, y bastante de soberbia y arrogancia, pero también veo en ello cierto retorno a una nobleza antigua: después de todo, el animal "existe", la cosa "está", pero el hombre "es."

En conclusión, nosotros no solamente deseamos, sino que somos nuestro deseo, el cual se decanta en ríos que subvierten en riachuelos que riegan las profundidades de la Tierra, todos ellos vertientes que buscan el Corazón de Todo, aunque sólo unos pocos llegan a él. Toda nuestra vida se reduce a perseguir nuestro Deseo y, simultáneamente, a defendernos del mismo, ya que aquello que anhelamos usa máscaras, muda de rostro para ser amado por y para el Otro. Mientras que el objeto de nuestro Deseo nos estrecha con sus brazos para darnos su beso, tenemos que usar nuestro criterio para quitarle el antifaz: si el espectro tiene rostro, nuestro Deseo es noble, y nuestra pulsión queda justificada. Si no lo tiene, nuestro Deseo no es sino Oquedad, la cual es solamente una miasma en la que no brilla la luz de nuestros ojos.

lunes, 22 de febrero de 2010

Akumajo Drácula, o las razones de una obsesión

Lo confieso: me encanta "Castlevania", aunque, con toda honestidad, no puedo pasar casi ninguno de los llamados "old school" ni aunque mi vida dependiera de ello. Mis favoritos son los llamados "Metroidvanias", raza ilustre que llama padre suyo a "Symphony of the Night" (1997), el cual muchos consideran joya de la corona en lo que respecta a la serie.

¿Pero por qué la misma ha cautivado a tantos, incluyéndome a mí? No sé: será que nuestra naturaleza vibra por un bonche de machotes vestidos a lo Conan, los cuales deben ir al Castillo del Demonio (eso significa "Akumajo Drácula", más o menos) a matar al Diablo, encarnado como el Conde Drácula, el cual resucita cada cien años, revivido por la avidez y voracidad humana de satisfacer sus propios deseos, lo cual siempre promete mentirosamente el Señor Oscuro. Tal vez sea pérdida de tiempo preguntarnos por qué Castlevania gusta a sus adeptos: de lo contrario, también tendríamos que responder por qué algunos se apasionan por las andanzas de ese plomero y su hermano soslayado, los cuales deben correr medio mundo para rescatar a la misma pendeja de siempre de las garras del mismo monstruo de siempre, o qué tiene de especial ese robot azul que dispara balas amarillas y se roba los poderes de sus rivales derrotados, todo para enfrentarse con el mismo científico loco que nunca logra atrapar.

No voy a ahondar en la historia de la serie, ya que eso no es lo que me propongo esta noche, y no quiero quitar a nadie las ganas de ponerse a explorar por sí solo estos magníficos juegos. Lo que sí voy a compartir es lo que significa para mí: una elipse, rondó de sangre que siempre vuelve a sus principios, ya que cada vez que Drácula resucita, siempre hay alguien que se opone a él, sean particulares o miembros de la familia más famosa de la serie, los Belmont. En mi opinión, la saga es un examen incisivo de la futilidad de la vida, una lamentación por los aspectos más maléficos de nuestra naturaleza, mas también un panegírico de todo lo bueno que tenemos que ofrecer al prójimo y a nosotros mismos: "the best in me is all I have to give."

Por ejemplo, pasemos un momento a Simon Belmont, el más conocido de los de su linaje: el hombre tuvo el honor de estrenar la historia con el juego que empezó todo, luego volvió en la sequela inmediata con la misión de encontrar las partes del cuerpo desmembrado del Anticristo para resucitarlo y volverlo a matar, todo para extirpar la maldición que iba a destruir a Transilvania, y con ella al mundo entero y a él mismo. Aunque otro fanático de la serie ya lo dijo, no está de más repetirlo: si eso no es virtud y carácter, no sé qué lo es. Está de más decirlo, pero el tipo es tan icónico que tres de los cinco juegos que tiene a su nombre (Haunted Castle, Chronicles y Super Castlevania IV) son esencialmente reinterpretaciones de su debut en el primer Akumajo Drácula, y ni hablar de todas esas veces en que ha aparecido como extra en otros juegos, o como personaje secreto dentro de la serie en cuestión.

Sin embargo, no perdamos de vista que estamos discutiendo una serie de juegos de video, los cuales, en la mayoría de los casos, necesitan una buena historia, buenos controles y música excelente (entre otras cosas) para capturar el gusto. Más que los juegos en sí mismos (también confieso que soy un completo desastre en casi todos los "videogames" en general), la saga me cautiva con sus magníficas bandas sonoras: la del Castlevania original es simplemente excelente, con pocas o ninguna imperfección, y lo mismo vale para Simon's Quest y el tercero de los del NES, Dracula's Curse. Para no alargar demasiado el relato, baste con saber que me gustan casi todas.

¿Pero a qué viene la música? Sabemos que toda historia se relata mejor si se producen una serie de sonidos que encajen con el humor-atmósfera del relato e, igual de importante, que apelen al oyente en y por sí mismos (lo cual también tiene que ver con mi teoría de la presencia musical), ya que la música es uno de los pocos lenguajes que "hablamos" todos los seres humanos en común, aunque no deje de dividirse en innumerables dialectos, escuelas y gustos. En las películas y juegos de video, la música no narra la historia, sino que la ayuda a desarrollarse, porque invita al que escucha a "meterse" en ella, ya que nos hace creer que somos parte de la misma y que colaboramos con su resolución final.

Lo antedicho tiene numerosas repercusiones morales, pero ahora no es el momento de discutirlas, y ya he hecho bastante por hoy para convertirme en un viejo teorizante. Lo que sí voy a compartir es que, en el caso de Castlevania, la música tiende a encajar perfectamente con el relato del momento, tanto por el buen uso que se hace de cada pieza en particular como por la habilidad y eficacia de los compositores, entre los cuales descuella Michiru Yamane, famosa por haber parido ella sola la gran mayoría de la banda de "Symphony", y ni hablar de todos sus aciertos y desaciertos a lo largo de su carrera. Para no apartarme del tema, quiero discutir algunas de mis piezas favoritas de la saga, y cómo éstas contribuyen al desarrollo del relato:

1. Vampire Killer/Vampire Hunter (CV1, etc.): Famosa por ser el tema primordial de la serie, ya que es la música de fondo en el primer estadio del Castlevania original, en el cual, según la compuso Kinuyo Yamashita (y la ejecuta el Konami Kukeiha Club), brinda un aire de valentía casi infantil, como si la aventura fuera juego de niños. Con el avance de la saga, se ha ejecutado de modos más "adultos" que le confieren una cierta fatalidad resignada, una sensación de deber terrible: el héroe (o heroína) lleva sobre los hombros una cruz sobre la cual deberá triunfar o morir, y de su victoria o fracaso dependen la salvación o perdición del mundo ávido de deseo, el cual quiere ser liberado de la esclavitud del mismo.

2. Beginning/Dreams of Triumph (CV3, etc.): Música del primer estadio de Dracula's Curse, más "madura" que VK: el héroe sabe que tiene una lucha larguísima por delante, pero en lugar de desanimarse y salir corriendo a esconderse bajo la cama, sigue adelante y lucha con valor y tenacidad, herida tras herida, victoria tras victoria, hasta llegar al santuario del Diablo. Aún con la ayuda de amigos, no deja de haber dificultades, pero nos persuade de que es posible vencerlas todas, aunque tengamos que luchar contra el Dios de la Muerte.

3. Abandoned Castle/The Curse of Darkness (CoD): Recoge perfectamente la división y conflictos internos que luchan dentro de su protagonista, antiguo soldado de Drácula que debe recuperar los poderes malditos que había abandonado para poder vengar la muerte de su amada. Es la vida vuelta un asco que quiere ser vivido, porque la mayoría de nosotros no odia tanto vivir que deje de luchar por seguir viviendo cuando sea necesario, incluso cuando la vida se ponga dura y el amor no baste.

4. The Tragic Prince/Young Nobleman of Sadness (SotN): Tema de la torre del reloj, fácilmente una de las mejores piezas de la Sra. (o Srta.) Yamane, contiene en sí misma el pesar del héroe por su vida pasada como hijo mestizo del Señor Oscuro, ya que debe luchar siempre por conservar la humanidad que recibió de su madre, a la vez que sabe que, siendo inmortal, su guerra contra el mal no acabará nunca, sino que seguirá incluso después de que su padre haya sido destruido para siempre, ya que nunca faltarán quienes deseen reemplazar al Amo de lo Malo.

5. Dark Palace of Waterfalls (LoI): Fondo para el nivel de las alcantarillas, mundo subterráneo en el que el agua y sus monstruos entran hasta por los poros, émulos de la miseria de ese joven "inmortal a su pesar", que ha de estar encerrado para siempre en la prisión acuática. Sin embargo, incluso este mundo lóbrego ostenta cierta nobleza trágica, ya que siempre da un rostro magistralmente horrible, como el de los hombres-pez que polulan por sus acueductos.

6. Lament of Innocence/Leon's Theme (LoI): Sinopsis de todos los conflictos y pesares en que se debate el padre carnal de los Belmont (a la vez que padre espiritual de todos los otros individuos que se levantarán contra Drácula). Tanto esfuerzo por salvar a la mujer que ama, sólo para descubrir que la han convertido en un monstruo, mas ésta, negándose a servir al mal, exige ser sacrificada para propiciar la destrucción de su asesino, el cual no es más que otro peón dentro de este "drama exquisito."

7. Bloody Tears (CV2, etc.): Otra pieza icónica, incluso más popular que VK, según creemos. Elegía de todo lo que perece durante el transcurso del rondó de sangre, inagotablemente destructivo, igual que la senda de los pecadores. La dama, ávida de sangre, delata su sed perversa llorándola por los ojos, y su deseo envenena a cuántos lo tocan. Sin embargo, la tunada traiciona cierto pesar por estar sometido a sueldos de esclavo, ya que el deseo nunca cumple lo que promete, y no deja sino ganas de seguir deseando hasta más allá de la muerte, gusto mórbido por lo feo y lo fatal, los cuales blanden lo bello de su fealdad como bandera en las guerras del castillo demoníaco.

8. Theme of Simon Belmont/Dance of the Holy Man (SCIV, etc.): Uno de mis temas favoritos (me encantan especialmente dos versiones de las cuatro presentes en Chronicles). Lleva una carga muy extraña de calma y autocontrol ("impasibilidad" sería el término más apropiado) que habita armónicamente con eso que el inglés norteamericano de estos días llama "ser un malote" ("bad-ass"). El hombre para quien tocan la canción es un héroe ilustrísimo que no sólo entra al dominio del Diablo para matar al Señor de los Vampiros, sino que también enfrenta cada peligro con valentía súperhumana (sobrenatural, según creo).

No se me escapa que se trata de un personaje ficticio, pero cuando escucho el tema de Simon y pienso en el carácter que éste presenta en sus juegos, me recuerda ese amor y veneración que tantos le tienen a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, según aparece en el "Poema de Mío Cid", con tantas virtudes y cualidades tan elevadas, que es verdaderamente un personaje superior a nosotros. Pero el caso de este Belmont es un poco distinto: sin dejar de ser un personaje "larger than life", como dicen los gringos, su presencia y tema también comunican una especie de humanidad fatal, la de un hombre lleno de todas las debilidades y vulnerabilidades que todos tenemos, pero que se encomienda a Dios, al poder de su linaje y a su propia fuerza para salvar al mundo del Maligno. Es un personaje tan perfectamente creado, que la esencia de lo que es se le nota hasta en su misma apariencia física (incluso en la del pelirrojo "afeminado" que ofrece Ayami Kojima, mi favorita personal, no sé por qué: esa doña es toda una genio).

9. (Opposing/Divine) Bloodlines (RoB, etc.): Considerada como tema de Richter Belmont (protagonista de Rondo of Blood y su reinterpretación reciente, Dracula X Chronicles, y "villano" de SotN), también nos presenta con un retrato de dicho personaje: descendiente número qué sé yo mil y pico de la Familia Látigo, algo engreido y sobreconfiado, mas en el fondo un héroe tanto por elección personal como por vocación.

Si bien Simon, sus antecesores y muchos de los que vinieron después seguramente entraron al dominio de Drácula con bastante miedo y ganas de salir huyendo, "Bloodlines" da la impresión de tratarse de un súperhombre que no sólo es fuerte, valiente, atrevido y decidido, sino que sabe que lo es, que no duda ni teme sino muy raras veces, que entra a la ciudadela del mal con paso firme, determinado a matar al Demonio y a todo el que se le cruce por el camino, lo cual justifica su lugar como uno de sus guerreros más poderosos y antepasados más venerados de la saga.

Sin embargo, el bueno de Richter no deja que el orgullo y el poder se le vayan a la cabeza (aunque nunca olvida ni niega que los posee): recordando que no está ahí para divertirse, adquirir fama, ni meramente para salvar el mundo, éste se sirve del recuerdo de las doncellas raptadas por el Vampiro para seguir adelante, usando cualquier miedo que pueda tener para hacerse más fuerte, acercándose cada vez más a ese momento en que verá a Drácula cara a cara y resumirá la lucha eterna, la cual debe vencer si no quiere dejar al mundo a merced de esta escoria de la humanidad.

10. Dance of Illusions/Illusionary Dance (RoB, etc.): Uno de cientos de temas de batalla contra Drácula, famoso por bastantes adaptaciones. Captura perfectamente quién y qué es el Vampiro: el Señor del Mal que promete cumplir todos los deseos de quienes se le someten, mas también lo presenta como la criatura problemática e intrigante que es, ya que, aunque sabemos que se trata del Diablo encarnado, no deja de fascinarnos, tal como ocurre con todo aquello que consideramos "otro" o "perverso."

Los seres humanos solemos temer y aborrecer aquello que no comprendemos ni podemos controlar, y esto es precisamente lo que denota "Dance of Illusions": el hombre siempre está sitiado por la avidez de su Deseo y, en consecuencia, queda a merced de aquellos que prometen satisfacerlo, mentira declaradísima, ya que el Deseo desea seguir deseando, y cuando lo perseguimos, lo único que logramos es hacerle cosquillas a nuestro apetito, pero jamás lo vamos a satisfacer, lo cual cumple perfectamente la advertencia del propio Drácula: "La humanidad me invocará de nuevo, como hace siempre: su Deseo es insaciable."

11. Battle of the Holy (CVA): Considerada tema particular de Christopher Belmont (antepasado cercano a Simon), poco más que un perfecto desconocido para la mayoría de la gente. Ya que es uno de los Belmonts más antiguos, no extraña que presente cierta melancolía activa: el Héroe continúa la misión de sus antepasados, nada menos que derrocar a aquél que busca destruir a la humanidad manipulando los deseos de los hombres. Más que deseos o anhelos, "Battle of the Holy" descubre una resignación espantosa: Christopher sabe que será olvidado por el mundo y por sus mismos descendientes con el paso de los siglos, mas aún así se pone en camino para cumplir con su misión, luchando con toda su energía antes de pasar al reino de la noche eterna.

12. Dusk's Holy Mark/An Empty Tome (OoE): Tema de la primera heroina oficial de toda la serie, resumen del dolor que le produce haber perdido sus memorias, emociones y familia adoptiva junto con el descubrimiento de que la misión bajo la cual creció era una farsa diabólica. Es una colección de ira y frustraciones, puños que devuelven golpes que se ciñen a la misión común a todos los héroes de la saga: luchar porque el hombre pueda mirar hacia el amanecer sin tener que temer a la oscuridad.

sábado, 20 de febrero de 2010

Los cinco escollos del pensamiento religioso

A continuación daremos a conocer los aspectos más difíciles de negociar para todo aquél que rige su vida con principios (no valores) religiosos y morales, los cuales, tomados aisladamente o en conjunto, incitan el escepticismo y cinismo de los ateos e incrédulos del momento, ya que del hecho de que uno de ellos sea verdadero o falso no se sigue necesariamente que lo sean los siguientes. No traemos respuestas antiguas o nuevas: sólo deseamos aclarar el estado de la cuestión.

I. La existencia o inexistencia de Dios:

Seamos honestos: ¿quién no duda de que exista un Ser Supremo, especialmente si tomamos en cuenta la eterna degradación del mundo? Si es verdad que Dios existe, ¿acaso nos ha creado? Si Él nos creó, ¿se preocupa por nosotros, nos ha abandonado a nuestra suerte? ¿Es necesario que mi vida cambie o quede igual por el hecho de existir o no el Supremo? ¿Hay alguien dentro o fuera, o estamos solos en el Universo?

II. La providencia de Dios

El intentar reconciliar la existencia de un Dios bueno con el mal que infecta toda vida no es nada nuevo: lo atestiguan las Sagradas Escrituras, al igual que muchas obras de la literatura. Me pregunto con bastante frecuencia si en efecto vive un Dios bueno y providente, y, aunque soy católico practicante, quiero dar con una respuesta universal, infalible y verdadera en sí misma, cuya veracidad no pueda tomarse por sentado por medio de farsas, ni pueda tampoco derrumbarse bajo el ataque de argumento alguno.

La vida, la naturaleza y la historia no se rigen con razonamientos "ad hoc", y esto es precisamente lo que hecha a perder todo argumento a favor de Dios: el común de las gentes asume que el hecho de que Éste exista predispone necesariamente que Él sea bueno, justo, misericordioso y providente y, por consiguiente, que tenga un plan respecto a la historia y, "lógicamente", que seamos Sus criaturas favoritas y amadas.

¿Cómo justifican todo esto? Del hecho de que Dios exista no se desprende necesariamente que Él sea bueno, perfecto y paternal, o que quiera algo de nosotros, o que le importemos más que lo que Le importan el piojo y el perro (si es que en verdad Le importa alguien o algo). Es igual de absurdo sostener que yo soy bueno, abnegado y generoso por el mero hecho de ser humano y vivir entre mis semejantes, cuando en realidad vemos que abnegados y egoístas, buenos y malvados se llevan sumamente mal día a día.

III. El estado de las cosas

Es aceptable que un hombre lea el mundo que le rodea y los acontecimientos de su vida bajo óptica de religión, pero es ridículo e irrazonable pretender que el mundo tal como es en sí mismo se desarrolle y resuelva bajo los parámetros de cualquier religión o pensamiento filosófico o moral: la naturaleza no se resuelve religiosamente, la vida no se reduce a credos o corolarios.

La historia no es solamente esa progresión lineal hacia el triunfo final, mas tampoco acepto que sea esa elipse eterna que, como el Uroboro, se muerde a sí misma para hacer un círculo infinito, inalterable e inapelable, en el que todo se repite, propiciando que unos sufran y otros gocen, unos vivan y otros mueran, unos opriman y otros sean oprimidos.

Me resisto a creer que no haya nada más, pero eso no obliga a que las cosas tengan que ser distintas: el ser humano, engreido de nacimiento, pretende adaptar la naturaleza y la vida a sus propios gustos y necesidades en lugar de plegarse él a los de éstas. Nuestro egoísmo ha dejado la creación entera hecha una ruina, la cual camina a su destrucción inexorable.

IV. La religión como tal

La etimología indica que "religión" viene del latín "religare": "atar a algo." Por definición personal, religión es aquel conjunto de obras, rituales y creencias concernientes a lo sobrenatural, las cuales gobiernan y determinan (hasta cierto punto) el pensamiento, comportamiento y decisiones que toma aquel ser humano que se ata a ellos. Sin embargo, la efectividad de esta y aquella religión depende de si sus practicantes la toman en serio y se esfuerzan por practicarla bien.

Por eso es que Occidente está hecho una sonadísima mierda, a pesar de que hay millones de cristianos en todo el mundo (contando solamente a los católicos) que creen (o dicen creer) en el amor de Dios y en la redención que ofrece Su Unigénito, Jesucristo. Se repite la maldición de Juan el Bautista: "¡Hipócritas! ¿Quién les ha enseñado a escapar de la ira inminente? Produzcan frutos de conversión, y no se estén ahí parados diciendo: "Tenemos a Abrahán por padre." Porque yo les digo que Dios puede tomar estas piedras y con ellas hacerles hijos a Abrahán."

Los malvados pecan peor en masa, los necios se descarrilan más cuando muchos comparten e instan la necedad de todos y cada cual.

V. La religión organizada

Está de más machacar el hecho de que el catolicismo cuenta con millones de seguidores en todo el mundo, que esgrime muchas organizaciones poderosas a favor de los pobres y desvalidos, que ofrece los sacramentos para la santificación común e individual, que preserva hasta hoy gran parte del legado cultural, literario, científico, filosófico, histórico y religioso de Occidente. Eso por sí solo no hace que tenga la Verdad, ni ello implica necesariamente que tenga salvación alguna: "filantropía" no es igual a "caridad", por más que se complementen.

Los que nos tomamos nuestra religión en serio no dejamos de recordar la parábola de la puerta estrecha, ni que el mismo que dice "Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón" también dice "No he venido a traer la paz, sino la espada, a alzar al hijo contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra." Ningún fundador de religión necesita seguidores, sino discípulos.

La Iglesia quiere hijos, no fieles: somos un hogar regido por un solo Padre, un solo Hermano, una única Madre, no un club excluyente donde un grupito de paganos barnizados va a calentar poltronas cada domingo, arrullados por reiteraciones desgastadas y postulados trasnochados que resguardan sus microcosmos y desinflaman sus complejos de insignificancia, mientras que el mundo se pierde buscando la misma certidumbre que le ha eludido siempre, porque ninguna ruta u opción trae la Verdad entera, ni puede existir prescindiendo de todas las demás.

La Verdad es única, pero se despliega en infinitos senderos que trifurcan y trifulcan: no todas las vías llevan a Roma, India, Grecia, Arabia o América, pero tampoco pueden andarse cada una como si todas las demás no existieran. Hay que aplicar el principio de Cristo cuando los discípulos prohibieron obrar a ése que expulsaba demonios en Su Nombre sin ser del grupo que Él mismo formó: "No se lo impidan, porque nadie puede echar demonios en Mi Nombre y luego hablar mal de Mí. El que no está contra ustedes está por ustedes."

jueves, 18 de febrero de 2010

Primera meditación sobre las leyes

Somos seres razonantes (lo cual no es decir que seamos razonables); tenemos capacidad de elegir entre una o varias acciones (lo cual no implica necesariamente que vamos a ejecutar la mejor entre todas). Toda sociedad humana instituye leyes para asegurar su buen funcionamiento, ¿pero en qué radica la efectividad (o inefectividad) de las mismas?

Como escribimos arriba, ninguna sociedad puede prescindir de leyes, las cuales decantan en reglas de conducta que rigen la vida común, pero no por eso podemos confundir "ley" con "regla." Opinamos que una "ley" es un dictamen del común a sí mismo para llegar a un acuerdo sobre cómo se han de llevar a cabo aquellas empresas necesarias para resguardar la vida en sociedad y, por extensión, la vida humana, y también, cómo se ha de evitar o rehuir aquello que es nocivo a la supervivencia de dicho grupo.

La "regla" es algo menos abarcador: un grupo reducido, salido del mismo común (como la familia o la asamblea de practicantes de equis o yé religión, entre otros) congrega a los suyos, y éstos acuerdan cómo observarán este o tal precepto que estiman importante. Lo que sí tienen en común es que ambos obligan al acatamiento compulsorio, no optativo, si se quiere tener parte en dicho colectivo. Juzgando de la naturaleza humana, me uno a quienes concluyen lo siguiente: las leyes existen, no tanto para evitar la transgresión, sino para castigar a quienes la cometen.

Nuestros instintos y razonamientos básicos exigen que aprendamos a moderar (y cuando sea necesario, incinerar) nuestra voracidad y avidez de ser, poseer y tener si hemos de vivir felizmente con nuestros hermanos: no hay paz ni felicidad posible en un mundo en el que otro me puede echar de mi casa así porque sí, o en que hurte ímpunemente aquello que conseguí con mi sudor y sangre. Lo que hace que la ley sea ley (y la regla, regla) es que ambas deben obedecerse bajo pena de tal o cual castigo, los cuales han de administrarse según la gravedad del acto transgresor: como es obvio, no es justo ni necesario castigar el robo de una barra de chocolate con el mismo rigor con que vengamos una violación o incesto.

Lo primero perjudica al prójimo al quitarle su propiedad, conseguida por medio del comercio e intercambio de moneda por bienes que él mismo debe revender a cierto precio para compensar por lo que invirtió en procurarlos: el robo le quita dinero que no puede recuperar, por lo cual el castigo dado al ladrón debe perseguir la mediación, compensación y restauración de las finanzas particulares del comerciante para que éste pueda proseguir su función de sostener la sociedad con su trabajo. Por supuesto, esta mediación, compensación y restauración no pueden darse uniformemente, sino teniendo en cuenta el valor de los objetos y cuán importantes son para la supervivencia del comerciante y del consumidor: tomo por sentado que robar un banco de sangre o una iglesia exige una penalidad mucho más severa que la que se da por tumbarse una golosina.

Por otro lado, los crímenes antedichos agreden al ser humano mismo al atacar su cuerpo, lo cual causa daños mucho mayores que cualquier robo, ya que ningún dinero puede borrar los traumas visibles e invisibles que dejan a su paso, además de que siempre queda la posibilidad de que el agresor haga más estragos si se le permite seguir su senda de destrucción. Por eso es que se coloca al transgresor en una condición o estado (temporal o permanente, depende también de la naturaleza y gravedad del acto cometido) en que no pueda seguir haciendo de las suyas, y así mantener a todos a salvo.

Sin embargo, tampoco se me escapa el hecho de que se cometen injusticias mientras se persigue este objetivo de proteger y mejorar la vida en sociedad: se acusa y persigue a los inocentes por crímenes que no cometieron, y muchas veces se les castiga terrible e irreparablemente (con la pena de muerte, por ejemplo), o si bien hicieron lo malo, el castigo no corresponde al crimen, sea porque es demasiado severo, o excesivamente ligero. Cada caso particular acarrea sus propias complicaciones: no pueden despacharse de manera única e inequívoca, y tampoco nos es lícito abolir el castigo por temor a excedernos en su aplicación. Proponer esto es tan imbécil como el padre que no corrige a su hijo por temor a ser demasiado riguroso.

Del mismo modo que no es posible vivir en un mundo sin leyes, la otra cara revela que nuestros propios esfuerzos tampoco pueden crear civilizaciones completamente libres de injusticia e iniquidad: mientras los poderosos elijan abusar de los débiles, mientras podamos querer agredir a nuestro hermano por medio de nuestra ira, pasión, ambición o codicia, no podremos prescindir de mecanismos de retribución que busquen remendar la paz, tranquilidad y dicha que echamos a perder con nuestras malas acciones. Después de todo, el peor enemigo de la humanidad no es la ley, la religión, la sociedad, ni la familia, sino solamente dos personas: Tú y Yo.

domingo, 14 de febrero de 2010

Notas sobre el aburrimiento

Me parece sumamente peculiar que los seres vivientes puedan aburrirse. Escribí "seres vivientes" porque, en efecto, los mismos animales son más que capaces de ello, particularmente los domésticos (después de todo, si a la gata de casa casi siempre la encontramos dormida, no es porque le sobran ratones).

Defino "aburrimiento" no como "acción y efecto de aburrirse" (¿qué haríamos sin diccionarios?), sino como ese estado misterioso en que un ser viviente nota que no tiene (o cree no tener) nada "mejor que hacer" durante un presente concreto, uno de tantos instantes eternos de cada día, y, por faltarle algo en que vertirse a sí mismo, deja perder sus energías, cuyo mal uso induce a crímenes y pecados, y cuyo desuso convoca al banquete de los vicios.

Tampoco me satisface esta respuesta: ¿no estaré tratando de articular lo indefinible, poner un nombre arbitrario al ángel que nos deja cojos tras una larga lucha? Me iría mejor si intentara definir qué es amor, qué es la vida, o incluso, qué es o conlleva ser humano.

¿Por qué tan pocos intentan lo que nunca o casi nunca se hace? La mediocridad es tan comodona que no le remuerde regurgitar lo que come ni cenar su propio vómito. También debemos culpar a una de nuestras peores costumbres: tomamos por sentado que lo obvio es obvio, por lo que lo obviamos tanto que al final dejamos de decir lo que importa. La mente humana debe rumiar continuamente si no quiere olvidar, pero no podemos hacer esto permamentemente, ya que pensar es agotador, y lo agotador cansa y embota igual que el martillo mecánico que deja el pavimento en ruinas.

El concepto en cuestión (al cual damos un nombre sumamente vulgar, en mi opinión) es llamado "noia" en italiano, como si quisiera decir "la nada que denota un vacío." Los franceses la llaman "ennui" o "ennuiment", lo cual recuerda lo evanescente, la nube enorme que el viento siempre está disolviendo, sin acabar con ella jamás. El inglés lo denomina "boredom", remitiendo a la máquina que se embota a sí misma: taladra y destruye, deja el existir despedazado en el suelo. Como demuestra la economía discursiva de la vertiente norteamericana del neo-anglosajón, esta condición común no es nada placentera: "bored to tears," "bored crazy," "bored to death," etcétera, etcétera.

Temo que traigo más preguntas que respuestas. En mi opinión, el gran logro de lo humano no es tanto saber mucho como preguntar constantemente, ya que el inquirir pretende desenterrar algún fragmento desconocido que revela algo nuevo sobre Dios, el mundo, la naturaleza y sus criaturas, lo cual incluye a todos nosotros, nos guste o no.

Lo que si sé es que el aburrimiento es un arma de dos filos: con él podemos propiciar nuestra destrucción o nuestro encumbramiento. Cuando lo moldeamos aprendiendo, preguntando, cuestionando y aventurando, contrarrestamos su estela nociva, sombra de la muerte que mata antes de tiempo y sume en sueño todo mundo iluminado.

jueves, 11 de febrero de 2010

En torno a la educación

Aunque tuve una experiencia bastante buena como estudiante de escuela elemental a superior, me hubiera gustado haber tenido mayor libertad para elegir cursos de acuerdo con mis inclinaciones académicas y aspiraciones vocacionales. Por ejemplo, creo que me hubiera hecho mayor bien haber pasado el tiempo que estudiaba álgebra y química aprendiendo idiomas, desde los de uso vigente (portugués, alemán, francés, catalán, árabe, japonés, mandarín, etc.) hasta lenguas muertas (latín, griego clásico/homérico/koiné, hebreo, arameo, árabe clásico, dialectos andalusíes, etc.). Estimo que esto me hubiera sido más beneficioso que calcular tangentes y cotangentes, aprender a usar la tabla de elementos y resolver problemas verbales que, cuanto más "realistas" los presentan, más desvinculados están del día a día.

Toda esta retahila de desquites y pesares parte de mi lucha eterna contra todo tipo de aritmética (apenas puedo con la básica, ¿cómo podré con la superior?). Cuando estaba en la escuela superior, mi padre me pagaba tutorías de lunes a jueves, las cuales ofrecía la misma maestra que enseñaba a mi grupo. Inclusive, gracias a que desde pequeño se me diagnosticó con discalculia, las leyes exigen que se me permitan ciertas "concesiones" durante estos cursos (entre ellas el usar calculadora durante los examenes), pero estas dispensas tampoco fueron panaceas: a pesar de ellas y de mis mejores esfuerzos, hubo varias veces en que sacaba "C" o "D" en las pruebas, y me decepcionaba sobremanera salir con algo menos de "A", peculiaridad que llamo "Síndrome de Nerdismo Perfeccionista" (SNP). Yo odiándome por haber sacado "B", y mis compañeros dispuestos a matar para sacar notas tan "bajas" como éstas. Baste con decir que se nos obligaba a rompernos la cabeza por algo que la mayoría de nosotros no podríamos usar fuera de las aulas.

Ahora bien, tengo que confesar el por qué de esta compulsión mía: cuando estaba en mi primera escuela privada, se reducía a sacar las mejores notas posibles, mas cuando me transferí al colegio de donde me gradué de Cuarto Año, la lucha pasó a lograr ser excusado de los examenes finales, especialmente los de esos malditos cursos descritos arriba. Mirando atrás, reconozco que era una motivación pendeja, pero me impulsó a luchar por superarme: sin embargo, no dejo de preguntarme si en verdad aprendí algo durante mis años de escuela, o si todo se redujo a tener una letra bonita escrita en un papel que habría de acabar en el zafacón.

No sé si esto se hace en otras partes del mundo, pero creo que nuestro sistema educativo debería reestructurarse de este modo: se deben utilizar los años que van desde el primer al sexto grado a enseñar únicamente materias básicas (por algo se llama "escuela elemental") en creciente grado de complejidad, junto con un tercer idioma, prestando atención a que las lecciones puedan aplicarse a lo que llamamos la "vida real" (si no ofrezco ejemplos, es porque no se me ocurren). Luego, los años en intermedia deberían emplearse (entre otras materias) en enseñar otros idiomas que no sean ni el tercero, ni inglés ni español (después de todo, el mundo no es Puerto Rico y Orlando, FL), para dedicar la escuela superior a que el estudiante elija su área de inclinación académica/vocacional y se prepare en las materias básicas de la misma, para que no empiece los estudios universitarios como un perfecto analfabeta con diploma.

Sé que todo esto no es sino una fantasía estúpida: si los recursos estatales no alcanzan para mantener el sistema arruinado e inservible que tenemos ahora, menos todavía servirán para sustentar visiones de locos, y más importante, no debemos atrevernos a rebasar los preceptos que prescribe Tío Sam, ya que nuestro país lo imita hasta en cómo rascarse el culo. Sin embargo, juzgo que sería bueno reestructurar el entramado educativo hacia una mayor conexión con las siete artes liberales, y que cierta libertad para diferir burocráticamente a nivel regional puede ser más beneficiosa que amarrarse rígidamente a una estructura uniforme, en especial cuando se ha mostrado muchas veces que la misma dista años luz de ser eficaz.

Reconozco que, no importa cuán bien se aborde, la educación pública y privada siempre será un asunto sumamente complicado: después de todo, estamos hablando de moldear y encausar el pensamiento de generaciones enteras hacia la mayor perfección y eficacia posible. Ahora bien, esto no nos exime de luchar por mejorarla, ni excusa que cada uno de nosotros deje de luchar por superarse e instruirse a nivel individual, por sí mismo, por su propio bien, independientemente del grupo y la sociedad. Ningún Estado puede hacer las veces de Paraíso terrenal, y toda nación cuyos súbditos esperan que el gobierno complazca todos sus deseos de placeres, felicidad y mejoría, está destinada a terminar como las ruinas romanas: solas, deshabitadas, reducidas a material de libro de texto, fosa de la cual se sacan chistes y coplas interminables.

martes, 9 de febrero de 2010

En torno a la presencia musical

Se repite continuamente que la música es el lenguaje universal con el que los seres humanos nos entendemos entre todos: trasciende razas, lenguajes, religiones, partidos, lo que sea. Sin embargo, este postulado sólo puede ser correcto si interpretamos que todos nosotros respondemos de una u otra forma a ésta, que sus incontables ramas nos agradan o desagradan de diversos modos, todos dependientes de nuestras inclinaciones y gustos, no que respondemos a ella de modo uniforme.

A lo largo de los milenios, hemos recurrido a la música por diversos propósitos: conquistar, seducir, agradar, halagar, serenar, amedrentar, etc. No dejamos de escucharla, componerla, ni de juzgar en torno a ésta: no es que la música nos haga humanos (incluso los animales la producen y "juzgan" de la misma a su modo), sino que nuestros gustos y actitudes más ocultos germinan en su presencia.

¿Cómo se explica que prefiramos tal o cual tipo o variante de la misma, o incluso una o dos canciones de ciertas bandas o grupos, desdeñando todo lo demás, particularmente aquello que agrada a más gente? Es todo un misterio cómo el reggaetón agrada a tantos, mientras que otros no escuchamos sino cacofonías insufribles, sonidos que hacen hemorragia los oídos y letrinas que dan ganas de vomitar. También hay quienes vibran de placer ante la salsa, el merengue, la bachata y otros géneros "tropicales", cuando algunos de nosotros no escuchamos más que bailoteo insípido cantado con letras que alguien escribió durante su última visita al trono. ¿Y qué de la "clásica", gusto de minorías, cancionero de comemierdas según el vulgo? Es todo un misterio...

Lo que si tengo claro es el concepto de lo que llamo "presencia musical", esa manera misteriosa en que la mente reacciona de manera particular ante algunas canciones o piezas de música, sea porque le agradan, porque halla cierta "empatía" en la pieza con la forma en que están constituidas sus propias ondas cerebrales, o porque halla algo especial y personalmente curioso en las mismas. A lo largo de nuestra vida, oímos canciones hasta por los poros, lo queramos o no: estamos tranquilitos en nuestro hogar, en perfecta paz y serenidad, cuando pasa algún hijuela en su auto con la radio a todo volumen, forzándonos a "maravillarnos" ante el gran "talento" de Wisín y Yandel, o la más reciente chabacanería que se hace pasar por bachata, y ni hablar de esas noches en que no podemos dormir porque el vecino tiene el estereo a toda voz.

Las únicas veces en que verdaderamente escuchamos música vienen con piezas llenas de esta "presencia musical." Independientemente de que nos agrade o desagrade la pieza, ésta captura nuestra atención porque tiene equis o yé no sé qué que nos obliga a salir un momento de nosotros mismos para prestar oídos: a mí me pasa a veces cuando exploro mis páginas web favoritas.

En conclusión, me parece que el lenguaje musical común a todos los seres humanos parte de esta capacidad extraña de notar "presencia musical": todos la tenemos, pero en cada uno nota aspectos y piezas diferentes, según la persona particular, quién y cómo es, su grado de intelecto, su personalidad, su educación, y así sucesivamente. Es una teoría humilde, un trabajo en construcción, y estoy más que dispuesto a mejorarla y a articularla mejor y más convincentemente: el que persuade se lleva la victoria.

lunes, 8 de febrero de 2010

Introducción

En verdad que ser humano es toda una paradoja: tanto potencial, tanto deseo de obrar, y sin embargo, ¡cuánto aburrimiento, cuánta dejadez, cuánta pereza! Nuestro fabricar nos han permitido conquistar el mundo, esgrimir la naturaleza para facilitarnos una vida que sigue siendo sumamente azarosa para billones (hasta el punto de que nos hemos vuelto unas perfectas plastas, ya que no nos da la gana hacer un simple cálculo matemático si no tenemos una máquina que piense por nosotros.

Lo digo sin temor: si Dios pudiera fracasar, el hombre sería la joya de la corona de su salón de la infamia. ¡Tan vil unas veces, tan noble otras! ¡Egoísta hasta la destrucción, abnegado hasta el sacrificio más costoso! ¿Mas a qué viene todo esto? ¿Por qué tal desparramiento ante tantos ojos, sabiendo que todos lo olvidarán, y que la mayoría me creerá emo? No sé: tal vez porque un aspecto fundamental de ser humano, más que razonar o discurrir, es querer que se nos escuche.

Un antiguo profesor mío dice que somos seres para la muerte, por lo que infiero que nuestras obras se reducen a una ridícula intentona de escapar de ésta. En paráfrasis de Ramos Otero, nuestra vida se vuelve una invitación al polvo, un existir que no se contenta con comer, beber y fornicar. He aquí nuestra terrible grandeza: podemos preguntarnos a nosotros mismo quién somos, qué somos, de dónde vinimos, hacia dónde vamos, preguntas que toda religión prometen responder (unas con más o menos éxito que otras), inquietudes que no puede ahuyentar elocuencia alguna, ni pueden extinguir clubes ni partidos.

Al final de día, sólo nos tenemos a nosotros mismos: aunque tengamos que dar cuenta de nuestros actos, no podemos atribuírselos a otro, y lo peor, es lo único que nos llevamos a la tumba. Sólo nos resta vivir de la mejor forma posible, cuidando de nuestro semejante, para que demos buena respuesta a esa pregunta: ¿dónde está tu hermano?