domingo, 27 de noviembre de 2011

Navidad, o el fantasma que no se va

Navidad, o el fantasma que no se va

As we all know, Christmas is that mystical time of year
when the ghost of Jesus rises from the grace to feed on
the flesh of the living. So we all sing Christmas carols
to lull Him back to sleep (Peter Griffin, Family Guy).

            Sin que nos importe demasiado ser tenidos por blasfemos, hemos decidido compartir algunos breves pensamientos respecto a este most wonderful time of the year, el cual no inicia para nosotros con el sonido de las campanas, sino con el acampado del Viernes Negro. Igual que el antecesor Día de Gracias, esta fiestecita ha tiempo mandó a volar todo aquello que la hacía un holy day propiamente dicho, y, como todo en Gringolandia y Puertorro, no es más que una excusa barata para llenar los sótanos y drenarnos los bolsillos para llenárselos a los verdaderos dioses y señores de la Tierra, los magnates, cuyo número de la Bestia llevamos con orgullo en la mano y en la frente.
            Preguntamos: ¿por qué seguimos aferrándonos a estas reliquias y vejestorios cuya razón de ser simplemente ya no existe? Será porque, en el fondo, queremos seguir haciéndonos creer que todavía somos cristianos (aunque muchos de nosotros apenas manchamos el suelo de la parroquia cuando Dios se apiada y deja morir a alguien que nos importa mucho o poco, y además sabemos de Biblia lo que el promedio de las gentes respecto a la física termonuclear), ¡pero no quede duda de que somos católicos, apostólicos y romanos! Igualito que los taínos...

           Sea como sea, no escribimos con ánimo de acusar, ya que creemos que, en el fondo, todo ser humano es primariamente pagano, no porque no crea en nada (lo cual, a la larga, tal vez sea la postura más racional) o tenga o no religión alguna, sino porque ello se trata de un mecanismo de defensa que necesitamos erigir y mantener si no queremos ser absolutamente absorbidos por esa mentalidad de rebaño que caracteriza a las gentes de todos los pueblos de ayer, hoy y siempre. Dicho de otro modo, este paganismo práctico sirve como medio para distanciarnos de este maldito conglomerado, la maquinaria secular-religiosa con sus discursos homogeneizantes y sus dulzonas consolaciones chuecas está allá, y nosotros, acá (según nos hacemos creer) no formamos parte de la misma... hasta cierto punto.

            Retomemos la primera pregunta: ¿por qué seguimos tan sujetos a unos constructos que ya no hacen sentido, cuyos discursos no pasan de imposibles, imprácticos e inútiles deseos piadosos que los Anticristos y falsos profetas de la hora emplean tan bien para sumirnos en cada vez mayores deudas y depresiones in crescendo según pasan los años y demora el dulce beso de la muerte? Porque hemos menester de algo que nos haga creer que podemos trascender este entramado en el que todos, desde el más adinerado ejecutivo hasta el más endeudado ganapán, hemos de ponchar si no queremos quedar en las calles, vueltos un cero a la extremísima izquierda.
   
         ¡Y cuán extrema es! ¿Cómo osaríamos no formar parte de tan gárrula trulla, el más propicio tiempo para sacarnos el jaiba que llevamos dentro y parrandear a una, gritando a los cuatro vientos que dizque somos cristorriqueños, que estamos orgullosos (durante mediados de noviembre, el transcurso de diciembre e inicios de enero) de "ser" aquello que durante el resto del año no mentamos ni con la punta del palo?
   
         ¡Pero lo somos! ¿Y qué mejor manera de celebrar el hecho de que no hay nada que celebrar (fuera de a nosotros mismos) que haciendo salir a Cristo de aquel inframundo de cachivaches dentro del cual lo tenemos enterrado durante trescientos treinta y cuatro días para que, como Sansón en el templo, nos divierta durante el transcurso de la orgía, finada la cual nos untaremos ceniza y cenaremos langosta durante cuarenta días para compungirnos por Su muerte?
   
         No hay por qué frontear: salgamos con los demás parranderos a ver qué bonito traje lleva esa mujer, rompamos un poco con nuestras rutinas tras haber malgastado tanto tiempo montando palos, probando bombillas, limpiando aceras y pintando casas, habiendo dejado en la letrina el mismo pavo e incomible arroz de siempre en aquel momento feliz de salir con el último plasma sin apenas mirar el cadáver que infarta por los suelos su último agonizar.

Domingo 27 de noviembre de 2011

miércoles, 9 de febrero de 2011

Garabatos en torno a la inseminación artificial y otras dolamas

Sin dar razones de nuestro larguísimo silencio, ahora nos proponemos abordar breve e informalmente este tema que se nos ha metido en la cabeza. No nos lanzaremos a ese fútil ejercicio de machacar por qué esto o aquello está "bien" o "mal", sino que más bien vamos a examinar brevemente lo que creemos son las causas que otorgan mayor empuje al conservative side of things.

Es redundante decir que muchos discursos conservaduristas (entre ellos el del catolicismo "oficial") se oponen a prácticas como el aborto, la inseminación artificial, fecundación in vitro, vientres de alquiler, etc., etc., ¿pero por qué? Al igual que en tantos aspectos de la vida humana, aquí se da esa particular y muy matizada combinación de principios morales, valores humanistas/filantrópicos y de agendismo oculto (propio sobre todo de los políticos).

Al menos para mí, estas prácticas tienen mucho de desperdicio motivado por un inextricable trial and error: casi siempre, se fecundan cientos, miles de óvulos por encargo para lograr engendrar un único ser humano que no sólo ha de ser biológicamente viable, sino sobretodo querido, deseado por sus padres y/o "padres". Ya sabemos lo que suele hacerse con el resto de estos homo by-products: se les destruye, lo cual es, objetivamente hablando, matar a un ser viviente que ya existe, aunque todavía no ha llegado a nacer (bien se le llame "feto", "tejido muerto", "gameto", llamésele cómo quiera, eso no cambia nada), o bien se les guarda para experimentos o para seguir satisfaciendo las leyes movedizas del supply and demand que siempre se entrometen hasta en lo más sagrado.

Aunque los llamados moral guardians no lo digan de este modo, este trayecto del pensar es el fondo común del cual beben sus razones para ponerse en contra de estas prácticas. También creemos que existe cierto miedo a reducir la vida humana a, más que otro producto de compra y venta, a un nivel de hortaliza: imaginen, por un momento, que se hallan en un campo cultivado que no está dando papas o zanahorias, sino bebés grandes, pequeños, medianos, normales, promedios, retardados, superdotados, blancos, negros, amarillos, morenos y (¿por qué no?) azules, rojos, rosados, blah-blah-blah. ¿Ven por dónde voy?

De nuevo, no me voy a poner a decir que todo ello está bien o mal: ello no hará cambiar a quienes ya tenemos nuestras nociones de right and wrong más o menos desarrolladas, por lo que creo que por ahora es mejor confiarlo a los principios morales y a la conciencia de cada cual. Independientemente de mis opiniones, convicciones y creencias morales/religiosas/éticas/personales, lo mío no es predicar ni persuadir: sólo he querido dar voz a una inquietud que tengo desde hace bastante y por ello dar lugar a la controversia del buscar e indagar permanente. Como el antiguo dios cuyo oráculo está en Delfos, aquí ni apruebo ni vedo: solamente señalo lo que veo con mi "verdad", sin importar cuán errada o viciada pueda estar.

Creo que nuestro mayor peligro como individuos y como especie no es tanto tal o cual práctica, sea buena o mala en sí misma, sino que debemos temer al anquilosamiento sobre todas las cosas, ya que cuando ello adviene, las cosas no cambian para bien ni para mal. Lleguemos o no a la cima, aunque terminemos equivocándonos, el nuestro ontológico es pensar, preguntar, inquirir, investigar y obrar por nosotros mismos, sin llegar por ello a despreciar los peros y las amonestaciones de nuestro Otro: tenemos que huir del error a como dé lugar, pero aún así los vamos a cometer con mayor o menor querer, sólo que algunos de ellos se pueden deshacer, mas otros no se pueden borrar ni con todas las lágrimas de la penitencia ni con toda la sangre de la auto-inmolación.

sábado, 12 de junio de 2010

(No tan) nuevos escollos del pensamiento religioso

"Todo es posible para quien tiene fe", "todo es posible si puedes creer." Esta frase y sus legiones de variantes siempre están de vuelo en vuelo, en boca de tantos varones y mujeres religiosos (y seudoreligiosos) que, cuando no saben resolver los problemas de la vida o ayudar al prójimo en ello, cierran los ojos y sueltan dicha frasecita, bien porque están verdaderamente convencidos de que es así, o porque lo dicen por puro hábito. A la salud de todos los espirituales bona fide (lo mismo que a la de todos los maestritos de pacotilla), nos proponemos examinar a fondo las debilidades de este modo de hablar.

Dicha debilidad primordial se halla en la misma frase: "todo es posible." Al poner un poco de seso en el asunto, es fácil deducir que ese "posible" trata de una entidad condicional: puede ser o no ser. Si estamos en lo correcto, entonces el sentido literal de la frase sería "quien tiene fe puede hacer todo", pero no tiene que hacerlo: puede optar por esto o lo otro.

Aunque no queremos entrar en la susodicha discusión sobre la fe y las obras, debemos aventurar este postulado: el común de las gentes no sabe distinguir entre creer y asumir, en el sentido de que están condicionados para pensar que el mero hecho de "tener fe" va a causar mágicamente que ya no tengan problemas, que dejen de tener miedo, dudas e incertidumbre, o que encuentren su nicho en esta vida y no tengan que buscar más. Estas corrupciones del creer propician que los ateos, escépticos e incrédulos del momento rechazen fe y religión como algo nocivo para el hombre, ya que propician que la gente se recueste en sus Baales y deje de hacer lo que deben para construir un mundo mejor, o peor todavía, los impulsan a cometer barbaridades en el nombre del Yahvé o Alá de cada cual.

Hay que reconocer que muchos líderes religiosos tienen un grado mayor o menor de responsabilidad por la perpetuación de este error fatal, ya que, al recalcar continuamente que "la salvación es don gratuito de Dios", que "Dios nos reconcilió Consigo cuando aun eramos pecadores", que la misma fe es "don de Dios", etc., terminan creando una mentalidad de donismo: "nosotros somos buenos porque creemos", "nosotros somos salvos por nuestra fe", "Dios tiene que existir porque nos quiere mucho, porque es bueno, porque nosotros somos buenos", etc.

La cuestión radica en que aunque no actuemos de modo donista en nuestro día a día, lo seguimos reforzando a nivel de habla, cuyas recurrencias eternas vician gran parte del pensamiento religioso con anacronismos como el creacionismo, el antropocentrismo y, el peor de todos, la cerrazón existencial: todo aquello (personas, lugares, cosas) que no coincida con nuestro modo de creer/pensar ni lo refuerze es malo y debe ser silenciado. Este es el error de los que rechazan la teoría de la evolución porque no encaja con sus lecturas literales del Génesis, aunque ellos mismos admiten matices y sesgos en sus interpretaciones particulares cuando no les conviene leer literalmente (Me encanta especialmente esa frasecita del salmo: ¡Feliz quien agarre a tus pequeños y los estrelle contra la roca!).

Así queremos demostrar que, más que no tener fe u obras, el peor enemigo del pensamiento religioso es la presunción. Ni Dios ni la vida están obligados a concedernos deseos sólo porque creamos mucho, ni tampoco se tienen que adaptar estricta e inexorablemente a la letra de un libro que, aunque tenga verdad inspirada por Dios, no deja de ser escrito por humanos para humanos en lenguaje humano, el cual, al estar escindido en sí mismo, es sumamente falible: la letra mata, pero el espíritu vivifica. Cuando aprendamos a diferenciar entre la verdadera fe y nuestras propias nociones y prejuicios, empezaremos a rehabilitar el pensamiento religioso ante los de afuera, aprendiendo a ir más allá de la letra para guardar el Todo de la Ley y la Ley del Todo, porque no podemos vivir sin obrar, ni podemos obrar sin pensar.

sábado, 29 de mayo de 2010

Pensamientos breves en torno a la huelga en la IUPI

Sin pretender excusar este larguísimo silencio, quiero exponer mi opinión personal en torno a la huelga que mantiene cerrada a la Universidad de Puerto Rico desde hace un mes y cinco días. Primero que nada, el amor a la verdad me obliga a dar la razón a los huelguistas, ya que virtualmente todos sus reclamos son buenos, justos y razonables: no podemos tolerar que las medidas arbitrarias postuladas por el Gobierno se aprueben, ya que ello dejaría fuera de la Universidad a tantos y a tantas que se han ganado el derecho a estudiar allí (por "derecho a estudiar" me refiero a que tanto sus inclinaciones intelectuales como su promedio y rendimiento académico son dignos de ser admitidos a una entidad de educación avanzada. Creo que a nadie se le debe dejar ingresar a una universidad solamente porque posee mucho dinero e influencias, ni tampoco se debe vedar la entrada a quienes estén debidamente cualificados porque no cuenten con recursos económicos o no sean lapas del régimen de turno).

Admiro la convicción, dedicación y perseverancia con que tantos compañeros se han arrojado a oponerse a las arbitrariedades del poder, ya que éstos se han mantenido en sus posturas y han conservado la calma ante tantas presiones e injusticias descaradas que se han cometido contra ellos, pero debo admitir que no estoy contento en absoluto con los métodos a los que éstos recurren en la lucha. Por ejemplo, cuando comparecí a la reciente asamblea estudiantil que se celebró en el Centro de Corrupciones (digo, Convenciones), pasaron una o dos horas antes de que la misma iniciara (estaba pautada para las diez de la mañana). Este retraso se debe a la institucionalización de la descortesía, la incivilidad, la dejadez y la irresponsabilidad en este ridículo paisito nuestro, pero éste tenía como propósito ulterior el exasperar a los potenciales opositores a la huelga y al movimiento huelgario para así "obligarlos" a marcharse.

Segundo, gran parte de la actividad se redujo a gritos de demagogos que buscaban lavarle el cerebro al público que aplaudía y aullaba servilmente a favor de extender el conflicto. Este último aspecto se me hizo más desagradable aún cuando todos aquellos que manifestaron su oposición a la huelga o a la forma en que los líderes de la misma hacen las cosas fueron abucheados e injurados por el populacho, sin haber cometido otro crimen fuera de estar en desacuerdo con la mayoría.

No quiero decir que todos los que apoyan esta huelga y participan en ella son demagogos o aduladores serviles: el mero hecho de que se hayan opuesto a las disposiciones iniciales del gobernador Fortuño (aquél que se ha convertido en nuestro pecado común) y de su gabinete en lugar de plegarse al régimen para salvar sus intereses particulares muestra lo contrario. Tampoco quiero hablar de educación y good manners porque sí, ni vengo a arengar a nenes chiquitos ni a sermonear a manganzones: solamente escribo deseandoque estas malas prácticas se enmienden, porque creo que perjudican la causa huelgaria.

¿Qué credibilidad puede tener una lucha si los que luchan no respetan al público que quieren convencer, ya que ni siquiera honran sus propios horarios? Esto da la impresión de que la gente le importa un pito a los líderes, y que éstos últimos no desean otra cosa que todos seamos ovejas pendejas que tengamos por bueno todo lo que ellos dicen y ejecutemos sin objecciones cuánto ellos manden. Se me hace sumamente difícil respetar (y mucho menos escuchar) a quien me convoca a tal lugar para discutir o hacer tal cosa, y luego me fuerza a esperar no cinco o diez minutos, sino horas enteras, y no porque tuvo algún accidente o percance, sino simplemente porque quiere poner a prueba mi paciencia tentándome para que me vaya, me quede fuera del proceso y así eliminar mi posible estorbo a su agenda oculta o manifiesta.

Segundo, ¿cómo puede tolerarse que se abuchee a alguien únicamente porque discrepa con nosotros, sobre todo como universitarios que somos? ¿Dónde quedó toda esa habladuría en favor de la democracia y nuestros juramentos de ser democráticos? No podemos ser abiertos, pacientes y objetivos únicamente mientras nos convenga: si queremos ser buenos líderes, muchas veces tendremos que escuchar lo que no queremos y soportar lo que aborrecemos. Aunque seamos excelentes oradores y tengamos la causa más justa del Universo, no faltará quien se oponga a nosotros, sea porque no quiere lo mismo que nosotros, o porque simplemente no está de acuerdo con la forma en que ejecutamos nuestros esquemas.

Si dejamos que el público grosero grite y despotrique impunemente contra todo lo que no le gusta, ¿qué será de nosotros? ¿Nos dejaremos manipular por los caprichos y el celo imprudente de la mayoría? Si fuéramos minoría, ¿querríamos que se nos tratara del mismo modo que tratamos a los disidentes ahora? Las alianzas y posturas políticas se levantan y desmoronan como castillos de arena, pero el apoyo y la buena voluntad del prójimo duran para siempre si se trabaja por seguir siendo digno de ellos, mas si se pierden, es casi imposible recuperarlos.

Para terminar, recuerden que no se trata de un reproche contra los huelguistas y líderes como personas, ni tampoco estoy negando sus méritos ni pisoteando su abnegación, sacrificio y desinterés: sólo quiero llamar la atención para que estos "pecadillos" se arranquen a tiempo y no perjudiquen una causa tan justa. Lo bueno y lo malo que hacemos al prójimo se nos hará a nosotros, y sería sumamente triste que ésta u otras luchas fracasen porque no quisimos tratar al otro como nosotros mismos queremos ser tratados, todo en nombre de algo bueno que se corrompió por causa de nuestros egoísmos, maquinaciones e hipocresías.

miércoles, 14 de abril de 2010

Los vertientes de la lengua humana

"Es el hablar efecto grande la racionalidad, que quien no discurre, no conversa."

Baltasar Gracián, El criticón, Primera parte, Crisi Primera

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Desde que me levanté esta mañana, me ha venido dando vueltas por la cabeza la empresa de armar una breve discusión en torno al habla, eso que es tan fácil de percibir como un fenómeno propiamente humano. Para ello, nos proponemos discernir diversos aspectos y vertientes que constituyen el mismo, aunque no pretendemos montar una exégesis exhaustiva, ya que ello por ahora escapa de nuestras habilidades.

Primero que nada, definimos el lenguaje como aquel entramado de Significantes que los seres humanos crean y organizan en un código coherente, no para congelarlo en inalterabilidad, sino para que siga creciendo y expandiéndose con los siglos, ya que, de otro modo, pasará a ser lengua muerta cuando las generaciones la abandonen por otras que les sirvan mejor. No podemos sino conceder al lenguaje cierto derecho a la arbitrariedad, ya que los Significantes y significados de las palabras y las cosas no llegan a ser por decreto del Cielo, sino por acuerdo común entre el grupo social, el cual establece sus propias pautas peculiares para que sus miembros puedan entender y hacerse entender entre todos.

En segundo lugar, definimos hablar como acción y efecto de comunicarse con otros seres humanos o racionales (e incluso con criaturas y seres incapaces de razonar) por medio de la formación y estructuración coherente de letras y palabras que conllevan un pensamiento, concepto o idea organizadas por medio del lenguaje. Hablamos cada vez que abrimos la boca para articular sujetos, predicados, verbos, adverbios, conjunciones, etc., durante los eventos de nuestro día a día, sobretodo cuando charlamos con amigos, parientes y desconocidos.

Ahora bien, creemos que charlar trata de la acción y moción de hablar con otros seres capaces de raciocinio, los cuales deberán escuchar y responder a su vez a cuanto digamos para mantener corriendo la voz, a menos que queramos monologar. Charlar conlleva discusiones o habladurías más o menos relevantes, ya que nuestra especie también puede armar chistes, artificios, bromas y desdenes por medio de la lengua, entre los cuales están la broma, el sarcasmo, el double entendre, la ambigüedad, etc.

Ahora bien, conversar es algo enteramente distinto, cuya definición confiamos al propio Gracián: "Comunícase el alma noblemente produziendo conceptuosas imágenes de sí en la mente del que oye." Cuando conversamos, insuflamos nuestro discurso de mayor peso lingüístico, ya que ponemos mayor ahínco en otorgar coherencia, conección y veracidad a lo que decimos porque buscamos engendrar argumentos, defenderlos ante los de otro, y ganar la aprobación y acuerdo de los demás con nuestro postulado.

Es entonces cuando llegamos a decir: pretendemos dominar el lenguaje para enarbolar un argumento. Esto ocurre porque, cuando hablamos, la lengua tiende a dominarnos, ya que no solemos protegernos de sus ambigüedades y equívocos posibles. No es que el decir no pueda incurrir en errores, equivocaciones, incongruencias y otros tropezones, adredes o no: no sólo tiende a cuidarse por no caer en ellos, sino que, cuando los comete, suele esgrimirlos de manera estratégica, bien para denunciar algún error, comunicar tal o cual idea, o para expandir la discusión al cubrir tópicos no tratados todavía.

Las dificultades del decir se agravan cuando entran a colación el idioma y el dialecto. Creemos que el primero es el entramado o código de la armazón del lenguaje particular que se habla en un país o nación. Cada idioma se rige por su propio entramado de Significantes y significados, por lo que resulta foráneo a los que no lo conocen o dominan. Incluso cuando lo manejamos más o menos bien, éste tiende a confundirnos en ciertas instancias: por ejemplo, cuando escucho una canción en inglés, ocurre varias veces que no puedo discernir bien lo que se canta, bien porque suena raro, porque no me sé la letra, o porque simplemente no logro prestarle la atención que exige. Dominar tal o cual idioma no equivale a descifrar siempre todo lo que se diga por medio de él: para ello se requiere estudiarlo y meditarlo en tranquilidad y sosiego, ya que la prisa es enemiga de todo lo que merece ser hecho bien.

Para terminar, el dialecto conlleva las variantes de un idioma específico que se dan en las regiones dentro de un mismo país, o entre países que comparten un mismo idioma. Es muy conocida la peculiaridad de la zeta española, la cual suena rara y hasta risible para los que hablamos bajo el seseo de las Américas, y ni hablar de las calumnias y burlas que el acento británico sufre hasta el sol de hoy. ¿Cómo olvidamos ese borincanismo que cambia las eles por erres en las palabras? Por eso creemos que el dialecto es la interpretación que una región o país particular hace de un lenguaje común mientras avanza en la búsqueda de hacer sentido, tanto a nivel individual como común.

Queda mucho por discutir todavía: baste lo dicho para generar preguntas, respuestas y propuestas que permitan artícular nuevas definiciones y que además perfeccionen aquellas que ya existen.

jueves, 8 de abril de 2010

Principios y valores: ¿cuál es la diferencia?

Todos hemos estado ahí: estamos en casa lo más tranquilos, distraidos por un trillón de cosas (especialmente mientras vemos televisión), cuando equis o yé cuestión moral vuelve a la superficie, con sus multitudes de detractores y favorecedores. Los que exigen el cambio se vuelven cheerleaders de "progreso", "libertad", "modernidad", chijí, chijá, mas los que se oponen dicen que éste es malo porque se opone a "nuestros valores."

Esta última palabrita, fastidiosa como ella sola, siempre sale por todos lados: libros sobre cómo educar a los hijos, homilías y otras chácharas desgastadas y discursos oxidados. Muchos la aman, muchos la aborrecemos, ¿mas que significa?

Partiendo de un conocimiento muy superficial del trabajo de Alain Badiou (según lo explica el Dr. Juan Duchesne Winter), definimos valores como aquellas cualidades, actitudes y atributos de la conducta humana que una sociedad particular acepta y fomenta en sus miembros para perseguir propósitos comunes, sin importar que los últimos sean buenos o malos en sí mismos. Este discurso es especialmente notorio por querer reducir a su propia ley aspectos de nuestra vida común, como el matrimonio heterosexual, el derecho a la vida inocente, la castidad, la equidad en todas las cosas, etc. Dichas virtudes y otras más se cotizan porque mantienen viva la sociedad, ya que propician la paz y la tranquilidad civil, aspecto que explica por qué se han colocado hasta en los púlpitos, ya que muchos de ellos se han convertido en perros falderos del establishment.

Sin embargo, este sistema de valores lleva legiones de debilidades fatales en su constitución: primero que nada, no persigue fines ulteriores, sino lo que es bueno para el momento y contexto de ahora. Segundo, defiende sus posturas por medio de palabrería trillada ("el matrimonio es la vida de la sociedad", "los niños son el futuro", "ya no estamos en la Edad Media", "somos libres", etc.) y argumentos caducos (apelación a la tradición, a la antigüedad, a la ortodoxia, a lo que quiere la mayoría, a la "voluntad" de Dios, etc.). Por decirlo de otro modo, el sistema de valores persigue sus designios mirando hacia el tiempo pasado, lamentándose por el ayer que ya no existe, llorando un "mejor" después que se demora en llegar mientras suspira por volver a las cebollas de Egipto, cuando el antiguo régimen estaba en el poder.

Hay que incinerar esta maldita palabra, ametrallar cuánto significa: es un viejo perro mellado que porfía en defender a su amo por medio de mordiscos. Persigue lo bueno por razones malas, ya que a sus adeptos les interesa más mantener vigente tal o cual statu quo que ir en pos de lo bueno, lo bello y lo verdadero. Todo lo reducen a resistir tercamente esa tempestad que quiere ahogar todo lo viejo para eregir lo nuevo: es una suma clichosa que todos conocen, pero que a nadie importa.

Por otro lado, los principios son un entramado moral, filosófico y/o religioso al cual se ciñe un ser humano particular para aprender, saber y conocer cómo ha de vivir. Estas personas (a las cuales llamamos principales) no se desviven por que el resto de la humanidad viva según el entramado de ellos, ni tampoco les importa si a los demás les agrada o desagrada lo que ellos hacen, piensan o dicen. Permanecen fieles a sí mismos cuando el mundo entero se desfigura tras modas y gustos, ya que viven imitando únicamente a sí mismos, o bien emulando a ese varón o mujer que juzgan digno de amor y estimación.

Estos seres humanos, sin dejar de ser vulnerables a las concupiscencias y debilidades comunes, luchan por ver más allá de sí mismos para trascender sus propias visiones de mundo. Respetan al Otro aunque no estén de acuerdo con él, y más aún, lo escuchan cuando habla, ya que no les molesta para nada el mero hecho de que viva: pueden compartir el mundo con dicho Otro sin que ellos mismos se postren ante lo malo ni conculquen lo que es bueno, porque perseveran en sus principios, aunque el Universo entero se haga cenizas.

Para bien o mal, el mundo pertenece a aquellos que tienen principios, los que avivan a la mayoría en esos rarísimos momentos en que tiene razón, mas la reprenden con vehemencia el resto del tiempo: buscan lo mejor para el prójimo y para sí mismos porque saben que los que se pliegan terminan olvidados. Aunque sean odiados ahora, sobreviven la elisión de la historia porque se exigen más a sí mismos que al resto del mundo, ya que saben que éste no cambiará si nosotros mismos no cambiamos primero.

viernes, 26 de marzo de 2010

A propósito de la 'voluntad' de Dios

El ser humano es asquerosamente presuntuoso: ¿qué otra criatura es capaz de prometerse a sí misma que todo va a salir "a la buena de Dios"? Nos referimos a esa tendencia de nuestra raza a "arrojarse" en los brazos de algún Omnipotente cuando ya no podemos o queremos resolver un problema o situación individual o común. ¿Quién no se siente tentado a mandarlo todo al carajo, dejando que sean Dios, Alláh, Krishna, Zeus, Júpiter, etc., quienes sostengan el mundo?

Sin embargo, lo que más nos llama la atención esta noche es una peculiaridad mucho más sutil, y por ello, harto más letal: cuando nos arrojamos a defender nuestros principios, creencias y "valores", tendemos a repetir que Dios está con nosotros, que Él quiere lo que nosotros queremos, que está de nuestro lado y vamos a vencer por medio de Él.

Me arriesgo a que me acribillen, me linchen o excomulguen, pero lo diré de todas formas: no podemos fundamentar nuestros argumentos en la escapatoria del Deus vult. ¿Dónde dice en la descripción de empleo de Dios que Éste tiene que estar de acuerdo con todo lo que queremos, o que nosotros siempre tenemos que querer lo que Él quiere?

¿Por qué necesitamos que alguien o algo superior a nuestro entendimiento, percepción, poder y habilidad abrace nuestras causas y se comprometa a ayudarnos a vencer, o a vencer por nosotros, como espera el común de las gentes? Siendo que la debilidad, la impotencia y la muerte son parte irreductible de nuestra ontología, estamos "hechos" para creer que un alguien o algo superior avala cuanto hacemos, pensamos, decimos y creemos, ya que parte de la cuestión de ser humano es querer que alguien nos escuche y nos mire a los ojos, independientemente de que discrepe con nosotros o no, ¿y quién mejor que Dios para colmar este deseo?

Este mecanismo de "Dios lo quiere" casi siempre se reduce a un aparato de wish-fulfillment que nos motiva a seguir luchando sin detenernos demasiado a pensar y reflexionar, no tanto porque Dios "quiera" o no esto o aquello, sino porque Él "conduce" nuestra búsqueda y "dirige" nuestro camino, mala costumbre que nos hace creer que ya tenemos la victoria asegurada, lo cual ya constituye una arrogancia imperdonable, objetivamente hablando.

No estoy diciendo que está mal creer que Dios se preocupa por el Hombre y que lo cuida y lo protege, ni tampoco estoy afirmando ni negando que sea así o no: simplemente me estoy resistiendo a sucumbir a algo que se ha vuelto uno de nuestros peores hábitos del ser y el pensar a lo largo de los milenios. Recordemos también que cuando hablamos de Dios, casi nunca lo hacemos buscando comprenderlo y conocerlo tal como Él es en Sí mismo, sino guiados por lo que nosotros creemos que es Dios, o por lo que se nos ha enseñado que lo es: "el Hombre en su soberbia creó a Dios a su imagen y semejanza", escribió Nietzsche.

Si hemos de creer en alguien o algo y luchar por una causa, debe ser porque estamos convencidos firmemente de que el objeto de nuestro creer es bueno, justo y necesario en sí mismo, no porque alguien más estime que es así, aunque ese alguien sea Dios mismo. Si no nos arrojamos a nada sin contar con el "permiso" de nuestro constructo divinizado, ¿qué mérito tenemos? Esa es la misma actitud de tantos que son católicos porque sus padres, abuelos y todo su linaje desde Adán y Eva lo son o lo han sido, o los que votan siempre por tal o cual partido porque "en casa somos populares."

El ser humano está hecho para pensar, actuar y ser en y por sí mismo, haciéndose rector de su propia vida y gestor de cada uno de sus actos. Es por ello que somos seres responsables: porque podemos y debemos dar razón de nuestros actos. Independientemente de que hagamos lo bueno o lo malo, el meollo del asunto es que lo hacemos porque lo queremos y lo procuramos, sin importar si otros piensan o no como nosotros. Por eso es que el Deus vult no justifica las atrocidades cometidas durante las Cruzadas, ni los pecados de Occidente antes, durante y "después" del Cristianismo, ni tampoco perdonamos a los malvados del Tercer Reich que decían estar "obedeciendo ordenes."

En conclusión, decir que Dios quiere lo mismo que nosotros casi siempre se vuelve escapatoria, justificación y aliciente de lo que hacemos, sin quitar que sea bueno o malo en sí mismo. Por algo escribió Ovidio que al final "cada uno es su propio dios", gema a la cual añadió otro autor: "el corazón del Hombre es su propio reino de los cielos."

Debemos extirpar esta tendencia de nuestro espíritu, porque facilita el buscar excusas e invita a bajar la guardia durante la lucha por vivir. Elaborando sobre Spinoza, no sólo hemos convertido a Dios en "asilo de la ignorancia", sino también en burdel del No-Pensar, donde cada uno compra y vende designios y pretextos al por mayor.