jueves, 11 de febrero de 2010

En torno a la educación

Aunque tuve una experiencia bastante buena como estudiante de escuela elemental a superior, me hubiera gustado haber tenido mayor libertad para elegir cursos de acuerdo con mis inclinaciones académicas y aspiraciones vocacionales. Por ejemplo, creo que me hubiera hecho mayor bien haber pasado el tiempo que estudiaba álgebra y química aprendiendo idiomas, desde los de uso vigente (portugués, alemán, francés, catalán, árabe, japonés, mandarín, etc.) hasta lenguas muertas (latín, griego clásico/homérico/koiné, hebreo, arameo, árabe clásico, dialectos andalusíes, etc.). Estimo que esto me hubiera sido más beneficioso que calcular tangentes y cotangentes, aprender a usar la tabla de elementos y resolver problemas verbales que, cuanto más "realistas" los presentan, más desvinculados están del día a día.

Toda esta retahila de desquites y pesares parte de mi lucha eterna contra todo tipo de aritmética (apenas puedo con la básica, ¿cómo podré con la superior?). Cuando estaba en la escuela superior, mi padre me pagaba tutorías de lunes a jueves, las cuales ofrecía la misma maestra que enseñaba a mi grupo. Inclusive, gracias a que desde pequeño se me diagnosticó con discalculia, las leyes exigen que se me permitan ciertas "concesiones" durante estos cursos (entre ellas el usar calculadora durante los examenes), pero estas dispensas tampoco fueron panaceas: a pesar de ellas y de mis mejores esfuerzos, hubo varias veces en que sacaba "C" o "D" en las pruebas, y me decepcionaba sobremanera salir con algo menos de "A", peculiaridad que llamo "Síndrome de Nerdismo Perfeccionista" (SNP). Yo odiándome por haber sacado "B", y mis compañeros dispuestos a matar para sacar notas tan "bajas" como éstas. Baste con decir que se nos obligaba a rompernos la cabeza por algo que la mayoría de nosotros no podríamos usar fuera de las aulas.

Ahora bien, tengo que confesar el por qué de esta compulsión mía: cuando estaba en mi primera escuela privada, se reducía a sacar las mejores notas posibles, mas cuando me transferí al colegio de donde me gradué de Cuarto Año, la lucha pasó a lograr ser excusado de los examenes finales, especialmente los de esos malditos cursos descritos arriba. Mirando atrás, reconozco que era una motivación pendeja, pero me impulsó a luchar por superarme: sin embargo, no dejo de preguntarme si en verdad aprendí algo durante mis años de escuela, o si todo se redujo a tener una letra bonita escrita en un papel que habría de acabar en el zafacón.

No sé si esto se hace en otras partes del mundo, pero creo que nuestro sistema educativo debería reestructurarse de este modo: se deben utilizar los años que van desde el primer al sexto grado a enseñar únicamente materias básicas (por algo se llama "escuela elemental") en creciente grado de complejidad, junto con un tercer idioma, prestando atención a que las lecciones puedan aplicarse a lo que llamamos la "vida real" (si no ofrezco ejemplos, es porque no se me ocurren). Luego, los años en intermedia deberían emplearse (entre otras materias) en enseñar otros idiomas que no sean ni el tercero, ni inglés ni español (después de todo, el mundo no es Puerto Rico y Orlando, FL), para dedicar la escuela superior a que el estudiante elija su área de inclinación académica/vocacional y se prepare en las materias básicas de la misma, para que no empiece los estudios universitarios como un perfecto analfabeta con diploma.

Sé que todo esto no es sino una fantasía estúpida: si los recursos estatales no alcanzan para mantener el sistema arruinado e inservible que tenemos ahora, menos todavía servirán para sustentar visiones de locos, y más importante, no debemos atrevernos a rebasar los preceptos que prescribe Tío Sam, ya que nuestro país lo imita hasta en cómo rascarse el culo. Sin embargo, juzgo que sería bueno reestructurar el entramado educativo hacia una mayor conexión con las siete artes liberales, y que cierta libertad para diferir burocráticamente a nivel regional puede ser más beneficiosa que amarrarse rígidamente a una estructura uniforme, en especial cuando se ha mostrado muchas veces que la misma dista años luz de ser eficaz.

Reconozco que, no importa cuán bien se aborde, la educación pública y privada siempre será un asunto sumamente complicado: después de todo, estamos hablando de moldear y encausar el pensamiento de generaciones enteras hacia la mayor perfección y eficacia posible. Ahora bien, esto no nos exime de luchar por mejorarla, ni excusa que cada uno de nosotros deje de luchar por superarse e instruirse a nivel individual, por sí mismo, por su propio bien, independientemente del grupo y la sociedad. Ningún Estado puede hacer las veces de Paraíso terrenal, y toda nación cuyos súbditos esperan que el gobierno complazca todos sus deseos de placeres, felicidad y mejoría, está destinada a terminar como las ruinas romanas: solas, deshabitadas, reducidas a material de libro de texto, fosa de la cual se sacan chistes y coplas interminables.

martes, 9 de febrero de 2010

En torno a la presencia musical

Se repite continuamente que la música es el lenguaje universal con el que los seres humanos nos entendemos entre todos: trasciende razas, lenguajes, religiones, partidos, lo que sea. Sin embargo, este postulado sólo puede ser correcto si interpretamos que todos nosotros respondemos de una u otra forma a ésta, que sus incontables ramas nos agradan o desagradan de diversos modos, todos dependientes de nuestras inclinaciones y gustos, no que respondemos a ella de modo uniforme.

A lo largo de los milenios, hemos recurrido a la música por diversos propósitos: conquistar, seducir, agradar, halagar, serenar, amedrentar, etc. No dejamos de escucharla, componerla, ni de juzgar en torno a ésta: no es que la música nos haga humanos (incluso los animales la producen y "juzgan" de la misma a su modo), sino que nuestros gustos y actitudes más ocultos germinan en su presencia.

¿Cómo se explica que prefiramos tal o cual tipo o variante de la misma, o incluso una o dos canciones de ciertas bandas o grupos, desdeñando todo lo demás, particularmente aquello que agrada a más gente? Es todo un misterio cómo el reggaetón agrada a tantos, mientras que otros no escuchamos sino cacofonías insufribles, sonidos que hacen hemorragia los oídos y letrinas que dan ganas de vomitar. También hay quienes vibran de placer ante la salsa, el merengue, la bachata y otros géneros "tropicales", cuando algunos de nosotros no escuchamos más que bailoteo insípido cantado con letras que alguien escribió durante su última visita al trono. ¿Y qué de la "clásica", gusto de minorías, cancionero de comemierdas según el vulgo? Es todo un misterio...

Lo que si tengo claro es el concepto de lo que llamo "presencia musical", esa manera misteriosa en que la mente reacciona de manera particular ante algunas canciones o piezas de música, sea porque le agradan, porque halla cierta "empatía" en la pieza con la forma en que están constituidas sus propias ondas cerebrales, o porque halla algo especial y personalmente curioso en las mismas. A lo largo de nuestra vida, oímos canciones hasta por los poros, lo queramos o no: estamos tranquilitos en nuestro hogar, en perfecta paz y serenidad, cuando pasa algún hijuela en su auto con la radio a todo volumen, forzándonos a "maravillarnos" ante el gran "talento" de Wisín y Yandel, o la más reciente chabacanería que se hace pasar por bachata, y ni hablar de esas noches en que no podemos dormir porque el vecino tiene el estereo a toda voz.

Las únicas veces en que verdaderamente escuchamos música vienen con piezas llenas de esta "presencia musical." Independientemente de que nos agrade o desagrade la pieza, ésta captura nuestra atención porque tiene equis o yé no sé qué que nos obliga a salir un momento de nosotros mismos para prestar oídos: a mí me pasa a veces cuando exploro mis páginas web favoritas.

En conclusión, me parece que el lenguaje musical común a todos los seres humanos parte de esta capacidad extraña de notar "presencia musical": todos la tenemos, pero en cada uno nota aspectos y piezas diferentes, según la persona particular, quién y cómo es, su grado de intelecto, su personalidad, su educación, y así sucesivamente. Es una teoría humilde, un trabajo en construcción, y estoy más que dispuesto a mejorarla y a articularla mejor y más convincentemente: el que persuade se lleva la victoria.

lunes, 8 de febrero de 2010

Introducción

En verdad que ser humano es toda una paradoja: tanto potencial, tanto deseo de obrar, y sin embargo, ¡cuánto aburrimiento, cuánta dejadez, cuánta pereza! Nuestro fabricar nos han permitido conquistar el mundo, esgrimir la naturaleza para facilitarnos una vida que sigue siendo sumamente azarosa para billones (hasta el punto de que nos hemos vuelto unas perfectas plastas, ya que no nos da la gana hacer un simple cálculo matemático si no tenemos una máquina que piense por nosotros.

Lo digo sin temor: si Dios pudiera fracasar, el hombre sería la joya de la corona de su salón de la infamia. ¡Tan vil unas veces, tan noble otras! ¡Egoísta hasta la destrucción, abnegado hasta el sacrificio más costoso! ¿Mas a qué viene todo esto? ¿Por qué tal desparramiento ante tantos ojos, sabiendo que todos lo olvidarán, y que la mayoría me creerá emo? No sé: tal vez porque un aspecto fundamental de ser humano, más que razonar o discurrir, es querer que se nos escuche.

Un antiguo profesor mío dice que somos seres para la muerte, por lo que infiero que nuestras obras se reducen a una ridícula intentona de escapar de ésta. En paráfrasis de Ramos Otero, nuestra vida se vuelve una invitación al polvo, un existir que no se contenta con comer, beber y fornicar. He aquí nuestra terrible grandeza: podemos preguntarnos a nosotros mismo quién somos, qué somos, de dónde vinimos, hacia dónde vamos, preguntas que toda religión prometen responder (unas con más o menos éxito que otras), inquietudes que no puede ahuyentar elocuencia alguna, ni pueden extinguir clubes ni partidos.

Al final de día, sólo nos tenemos a nosotros mismos: aunque tengamos que dar cuenta de nuestros actos, no podemos atribuírselos a otro, y lo peor, es lo único que nos llevamos a la tumba. Sólo nos resta vivir de la mejor forma posible, cuidando de nuestro semejante, para que demos buena respuesta a esa pregunta: ¿dónde está tu hermano?