martes, 9 de febrero de 2010

En torno a la presencia musical

Se repite continuamente que la música es el lenguaje universal con el que los seres humanos nos entendemos entre todos: trasciende razas, lenguajes, religiones, partidos, lo que sea. Sin embargo, este postulado sólo puede ser correcto si interpretamos que todos nosotros respondemos de una u otra forma a ésta, que sus incontables ramas nos agradan o desagradan de diversos modos, todos dependientes de nuestras inclinaciones y gustos, no que respondemos a ella de modo uniforme.

A lo largo de los milenios, hemos recurrido a la música por diversos propósitos: conquistar, seducir, agradar, halagar, serenar, amedrentar, etc. No dejamos de escucharla, componerla, ni de juzgar en torno a ésta: no es que la música nos haga humanos (incluso los animales la producen y "juzgan" de la misma a su modo), sino que nuestros gustos y actitudes más ocultos germinan en su presencia.

¿Cómo se explica que prefiramos tal o cual tipo o variante de la misma, o incluso una o dos canciones de ciertas bandas o grupos, desdeñando todo lo demás, particularmente aquello que agrada a más gente? Es todo un misterio cómo el reggaetón agrada a tantos, mientras que otros no escuchamos sino cacofonías insufribles, sonidos que hacen hemorragia los oídos y letrinas que dan ganas de vomitar. También hay quienes vibran de placer ante la salsa, el merengue, la bachata y otros géneros "tropicales", cuando algunos de nosotros no escuchamos más que bailoteo insípido cantado con letras que alguien escribió durante su última visita al trono. ¿Y qué de la "clásica", gusto de minorías, cancionero de comemierdas según el vulgo? Es todo un misterio...

Lo que si tengo claro es el concepto de lo que llamo "presencia musical", esa manera misteriosa en que la mente reacciona de manera particular ante algunas canciones o piezas de música, sea porque le agradan, porque halla cierta "empatía" en la pieza con la forma en que están constituidas sus propias ondas cerebrales, o porque halla algo especial y personalmente curioso en las mismas. A lo largo de nuestra vida, oímos canciones hasta por los poros, lo queramos o no: estamos tranquilitos en nuestro hogar, en perfecta paz y serenidad, cuando pasa algún hijuela en su auto con la radio a todo volumen, forzándonos a "maravillarnos" ante el gran "talento" de Wisín y Yandel, o la más reciente chabacanería que se hace pasar por bachata, y ni hablar de esas noches en que no podemos dormir porque el vecino tiene el estereo a toda voz.

Las únicas veces en que verdaderamente escuchamos música vienen con piezas llenas de esta "presencia musical." Independientemente de que nos agrade o desagrade la pieza, ésta captura nuestra atención porque tiene equis o yé no sé qué que nos obliga a salir un momento de nosotros mismos para prestar oídos: a mí me pasa a veces cuando exploro mis páginas web favoritas.

En conclusión, me parece que el lenguaje musical común a todos los seres humanos parte de esta capacidad extraña de notar "presencia musical": todos la tenemos, pero en cada uno nota aspectos y piezas diferentes, según la persona particular, quién y cómo es, su grado de intelecto, su personalidad, su educación, y así sucesivamente. Es una teoría humilde, un trabajo en construcción, y estoy más que dispuesto a mejorarla y a articularla mejor y más convincentemente: el que persuade se lleva la victoria.

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