jueves, 8 de abril de 2010

Principios y valores: ¿cuál es la diferencia?

Todos hemos estado ahí: estamos en casa lo más tranquilos, distraidos por un trillón de cosas (especialmente mientras vemos televisión), cuando equis o yé cuestión moral vuelve a la superficie, con sus multitudes de detractores y favorecedores. Los que exigen el cambio se vuelven cheerleaders de "progreso", "libertad", "modernidad", chijí, chijá, mas los que se oponen dicen que éste es malo porque se opone a "nuestros valores."

Esta última palabrita, fastidiosa como ella sola, siempre sale por todos lados: libros sobre cómo educar a los hijos, homilías y otras chácharas desgastadas y discursos oxidados. Muchos la aman, muchos la aborrecemos, ¿mas que significa?

Partiendo de un conocimiento muy superficial del trabajo de Alain Badiou (según lo explica el Dr. Juan Duchesne Winter), definimos valores como aquellas cualidades, actitudes y atributos de la conducta humana que una sociedad particular acepta y fomenta en sus miembros para perseguir propósitos comunes, sin importar que los últimos sean buenos o malos en sí mismos. Este discurso es especialmente notorio por querer reducir a su propia ley aspectos de nuestra vida común, como el matrimonio heterosexual, el derecho a la vida inocente, la castidad, la equidad en todas las cosas, etc. Dichas virtudes y otras más se cotizan porque mantienen viva la sociedad, ya que propician la paz y la tranquilidad civil, aspecto que explica por qué se han colocado hasta en los púlpitos, ya que muchos de ellos se han convertido en perros falderos del establishment.

Sin embargo, este sistema de valores lleva legiones de debilidades fatales en su constitución: primero que nada, no persigue fines ulteriores, sino lo que es bueno para el momento y contexto de ahora. Segundo, defiende sus posturas por medio de palabrería trillada ("el matrimonio es la vida de la sociedad", "los niños son el futuro", "ya no estamos en la Edad Media", "somos libres", etc.) y argumentos caducos (apelación a la tradición, a la antigüedad, a la ortodoxia, a lo que quiere la mayoría, a la "voluntad" de Dios, etc.). Por decirlo de otro modo, el sistema de valores persigue sus designios mirando hacia el tiempo pasado, lamentándose por el ayer que ya no existe, llorando un "mejor" después que se demora en llegar mientras suspira por volver a las cebollas de Egipto, cuando el antiguo régimen estaba en el poder.

Hay que incinerar esta maldita palabra, ametrallar cuánto significa: es un viejo perro mellado que porfía en defender a su amo por medio de mordiscos. Persigue lo bueno por razones malas, ya que a sus adeptos les interesa más mantener vigente tal o cual statu quo que ir en pos de lo bueno, lo bello y lo verdadero. Todo lo reducen a resistir tercamente esa tempestad que quiere ahogar todo lo viejo para eregir lo nuevo: es una suma clichosa que todos conocen, pero que a nadie importa.

Por otro lado, los principios son un entramado moral, filosófico y/o religioso al cual se ciñe un ser humano particular para aprender, saber y conocer cómo ha de vivir. Estas personas (a las cuales llamamos principales) no se desviven por que el resto de la humanidad viva según el entramado de ellos, ni tampoco les importa si a los demás les agrada o desagrada lo que ellos hacen, piensan o dicen. Permanecen fieles a sí mismos cuando el mundo entero se desfigura tras modas y gustos, ya que viven imitando únicamente a sí mismos, o bien emulando a ese varón o mujer que juzgan digno de amor y estimación.

Estos seres humanos, sin dejar de ser vulnerables a las concupiscencias y debilidades comunes, luchan por ver más allá de sí mismos para trascender sus propias visiones de mundo. Respetan al Otro aunque no estén de acuerdo con él, y más aún, lo escuchan cuando habla, ya que no les molesta para nada el mero hecho de que viva: pueden compartir el mundo con dicho Otro sin que ellos mismos se postren ante lo malo ni conculquen lo que es bueno, porque perseveran en sus principios, aunque el Universo entero se haga cenizas.

Para bien o mal, el mundo pertenece a aquellos que tienen principios, los que avivan a la mayoría en esos rarísimos momentos en que tiene razón, mas la reprenden con vehemencia el resto del tiempo: buscan lo mejor para el prójimo y para sí mismos porque saben que los que se pliegan terminan olvidados. Aunque sean odiados ahora, sobreviven la elisión de la historia porque se exigen más a sí mismos que al resto del mundo, ya que saben que éste no cambiará si nosotros mismos no cambiamos primero.