miércoles, 14 de abril de 2010

Los vertientes de la lengua humana

"Es el hablar efecto grande la racionalidad, que quien no discurre, no conversa."

Baltasar Gracián, El criticón, Primera parte, Crisi Primera

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Desde que me levanté esta mañana, me ha venido dando vueltas por la cabeza la empresa de armar una breve discusión en torno al habla, eso que es tan fácil de percibir como un fenómeno propiamente humano. Para ello, nos proponemos discernir diversos aspectos y vertientes que constituyen el mismo, aunque no pretendemos montar una exégesis exhaustiva, ya que ello por ahora escapa de nuestras habilidades.

Primero que nada, definimos el lenguaje como aquel entramado de Significantes que los seres humanos crean y organizan en un código coherente, no para congelarlo en inalterabilidad, sino para que siga creciendo y expandiéndose con los siglos, ya que, de otro modo, pasará a ser lengua muerta cuando las generaciones la abandonen por otras que les sirvan mejor. No podemos sino conceder al lenguaje cierto derecho a la arbitrariedad, ya que los Significantes y significados de las palabras y las cosas no llegan a ser por decreto del Cielo, sino por acuerdo común entre el grupo social, el cual establece sus propias pautas peculiares para que sus miembros puedan entender y hacerse entender entre todos.

En segundo lugar, definimos hablar como acción y efecto de comunicarse con otros seres humanos o racionales (e incluso con criaturas y seres incapaces de razonar) por medio de la formación y estructuración coherente de letras y palabras que conllevan un pensamiento, concepto o idea organizadas por medio del lenguaje. Hablamos cada vez que abrimos la boca para articular sujetos, predicados, verbos, adverbios, conjunciones, etc., durante los eventos de nuestro día a día, sobretodo cuando charlamos con amigos, parientes y desconocidos.

Ahora bien, creemos que charlar trata de la acción y moción de hablar con otros seres capaces de raciocinio, los cuales deberán escuchar y responder a su vez a cuanto digamos para mantener corriendo la voz, a menos que queramos monologar. Charlar conlleva discusiones o habladurías más o menos relevantes, ya que nuestra especie también puede armar chistes, artificios, bromas y desdenes por medio de la lengua, entre los cuales están la broma, el sarcasmo, el double entendre, la ambigüedad, etc.

Ahora bien, conversar es algo enteramente distinto, cuya definición confiamos al propio Gracián: "Comunícase el alma noblemente produziendo conceptuosas imágenes de sí en la mente del que oye." Cuando conversamos, insuflamos nuestro discurso de mayor peso lingüístico, ya que ponemos mayor ahínco en otorgar coherencia, conección y veracidad a lo que decimos porque buscamos engendrar argumentos, defenderlos ante los de otro, y ganar la aprobación y acuerdo de los demás con nuestro postulado.

Es entonces cuando llegamos a decir: pretendemos dominar el lenguaje para enarbolar un argumento. Esto ocurre porque, cuando hablamos, la lengua tiende a dominarnos, ya que no solemos protegernos de sus ambigüedades y equívocos posibles. No es que el decir no pueda incurrir en errores, equivocaciones, incongruencias y otros tropezones, adredes o no: no sólo tiende a cuidarse por no caer en ellos, sino que, cuando los comete, suele esgrimirlos de manera estratégica, bien para denunciar algún error, comunicar tal o cual idea, o para expandir la discusión al cubrir tópicos no tratados todavía.

Las dificultades del decir se agravan cuando entran a colación el idioma y el dialecto. Creemos que el primero es el entramado o código de la armazón del lenguaje particular que se habla en un país o nación. Cada idioma se rige por su propio entramado de Significantes y significados, por lo que resulta foráneo a los que no lo conocen o dominan. Incluso cuando lo manejamos más o menos bien, éste tiende a confundirnos en ciertas instancias: por ejemplo, cuando escucho una canción en inglés, ocurre varias veces que no puedo discernir bien lo que se canta, bien porque suena raro, porque no me sé la letra, o porque simplemente no logro prestarle la atención que exige. Dominar tal o cual idioma no equivale a descifrar siempre todo lo que se diga por medio de él: para ello se requiere estudiarlo y meditarlo en tranquilidad y sosiego, ya que la prisa es enemiga de todo lo que merece ser hecho bien.

Para terminar, el dialecto conlleva las variantes de un idioma específico que se dan en las regiones dentro de un mismo país, o entre países que comparten un mismo idioma. Es muy conocida la peculiaridad de la zeta española, la cual suena rara y hasta risible para los que hablamos bajo el seseo de las Américas, y ni hablar de las calumnias y burlas que el acento británico sufre hasta el sol de hoy. ¿Cómo olvidamos ese borincanismo que cambia las eles por erres en las palabras? Por eso creemos que el dialecto es la interpretación que una región o país particular hace de un lenguaje común mientras avanza en la búsqueda de hacer sentido, tanto a nivel individual como común.

Queda mucho por discutir todavía: baste lo dicho para generar preguntas, respuestas y propuestas que permitan artícular nuevas definiciones y que además perfeccionen aquellas que ya existen.