sábado, 12 de junio de 2010

(No tan) nuevos escollos del pensamiento religioso

"Todo es posible para quien tiene fe", "todo es posible si puedes creer." Esta frase y sus legiones de variantes siempre están de vuelo en vuelo, en boca de tantos varones y mujeres religiosos (y seudoreligiosos) que, cuando no saben resolver los problemas de la vida o ayudar al prójimo en ello, cierran los ojos y sueltan dicha frasecita, bien porque están verdaderamente convencidos de que es así, o porque lo dicen por puro hábito. A la salud de todos los espirituales bona fide (lo mismo que a la de todos los maestritos de pacotilla), nos proponemos examinar a fondo las debilidades de este modo de hablar.

Dicha debilidad primordial se halla en la misma frase: "todo es posible." Al poner un poco de seso en el asunto, es fácil deducir que ese "posible" trata de una entidad condicional: puede ser o no ser. Si estamos en lo correcto, entonces el sentido literal de la frase sería "quien tiene fe puede hacer todo", pero no tiene que hacerlo: puede optar por esto o lo otro.

Aunque no queremos entrar en la susodicha discusión sobre la fe y las obras, debemos aventurar este postulado: el común de las gentes no sabe distinguir entre creer y asumir, en el sentido de que están condicionados para pensar que el mero hecho de "tener fe" va a causar mágicamente que ya no tengan problemas, que dejen de tener miedo, dudas e incertidumbre, o que encuentren su nicho en esta vida y no tengan que buscar más. Estas corrupciones del creer propician que los ateos, escépticos e incrédulos del momento rechazen fe y religión como algo nocivo para el hombre, ya que propician que la gente se recueste en sus Baales y deje de hacer lo que deben para construir un mundo mejor, o peor todavía, los impulsan a cometer barbaridades en el nombre del Yahvé o Alá de cada cual.

Hay que reconocer que muchos líderes religiosos tienen un grado mayor o menor de responsabilidad por la perpetuación de este error fatal, ya que, al recalcar continuamente que "la salvación es don gratuito de Dios", que "Dios nos reconcilió Consigo cuando aun eramos pecadores", que la misma fe es "don de Dios", etc., terminan creando una mentalidad de donismo: "nosotros somos buenos porque creemos", "nosotros somos salvos por nuestra fe", "Dios tiene que existir porque nos quiere mucho, porque es bueno, porque nosotros somos buenos", etc.

La cuestión radica en que aunque no actuemos de modo donista en nuestro día a día, lo seguimos reforzando a nivel de habla, cuyas recurrencias eternas vician gran parte del pensamiento religioso con anacronismos como el creacionismo, el antropocentrismo y, el peor de todos, la cerrazón existencial: todo aquello (personas, lugares, cosas) que no coincida con nuestro modo de creer/pensar ni lo refuerze es malo y debe ser silenciado. Este es el error de los que rechazan la teoría de la evolución porque no encaja con sus lecturas literales del Génesis, aunque ellos mismos admiten matices y sesgos en sus interpretaciones particulares cuando no les conviene leer literalmente (Me encanta especialmente esa frasecita del salmo: ¡Feliz quien agarre a tus pequeños y los estrelle contra la roca!).

Así queremos demostrar que, más que no tener fe u obras, el peor enemigo del pensamiento religioso es la presunción. Ni Dios ni la vida están obligados a concedernos deseos sólo porque creamos mucho, ni tampoco se tienen que adaptar estricta e inexorablemente a la letra de un libro que, aunque tenga verdad inspirada por Dios, no deja de ser escrito por humanos para humanos en lenguaje humano, el cual, al estar escindido en sí mismo, es sumamente falible: la letra mata, pero el espíritu vivifica. Cuando aprendamos a diferenciar entre la verdadera fe y nuestras propias nociones y prejuicios, empezaremos a rehabilitar el pensamiento religioso ante los de afuera, aprendiendo a ir más allá de la letra para guardar el Todo de la Ley y la Ley del Todo, porque no podemos vivir sin obrar, ni podemos obrar sin pensar.