miércoles, 10 de marzo de 2010

El Deseo, o el rey del abismo

"I keep looking for something I can't get."

Cutting Crew, "(I Just) Died In Your Arms", letra y música por Nick van Eede (1986).
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Somos seres deseantes, hecho del cual se desprenden innumerables aspectos que complican grandemente nuestra ontología, o ciencia del ser. No sé cuántas veces nos hemos hecho esta pregunta, pero una más no hace daño: ¿qué significa ser "hombre"? En mi caso, ¿qué significa ser hombre-varón en el Puerto Rico del siglo XXI durante la década de los dos mil diez, vienticinco años y doscientos noventa y siete días después de mi nacimiento?

Empezemos con lo fundamental: ¿qué es Deseo? Permitásenos discrepar con todos los Freuds, Lacanes, Jungs y Barthes habidos y por haber: opinamos que "Deseo" es lo que perseguimos con avidez. Más que una persona, lugar o cosa, es ese "algo" que buscamos asiduamente, mas nunca podemos conseguir: no sabemos por qué lo "deseamos", ni qué haremos con él si cae en nuestras manos. Lo mismo que el Coyote con el Correcaminos, simplemente queremos atraparlo, cueste lo que cueste, duela lo que duela, y si al principio fallamos, lo volvemos a intentar cuántas veces sea necesario. Esta búsqueda nos inunda e insufla tanto que, parafraseando la definición que Santayana da al fanatismo, seguimos redoblando nuestros esfuerzos a pesar de que hace tiempo olvidamos el por qué de nuestro empeño.

Sigamos con lo que sabemos: todos los seres humanos desean. Desde pequeños se nos insta a desear y a buscar el objeto de nuestro deseo: juguetes, golosinas, amistades, compañerismos, etc. (la economía no se alimenta de aire, después de todo). Durante nuestra adolescencia, nuestros deseos cambian de objeto, aunque su naturaleza permanezca inalterada: el niño que a los ocho años codiciaba figuras de acción persigue a los catorce cádenas de oro para doblegar su cuello. La niña que a sus cinco se tomaba en serio el jugar con muñecas se pinta a los quince como si fuera una, tal vez porque quiere enmascarar algún vacío o inseguridad, asco que se tiene a sí misma.

Como dice el Pensador, todos sabemos que deseamos, pero no sabemos qué deseamos: no hacemos sino arrastrar por todas partes la Oquedad de nuestro Deseo, el cual es hueco porque no es nada en sí mismo, porque no podemos compartirlo con nuestro prójimo, sea porque éste desea otro Deseo, o porque, aún en el caso de que compartamos un Deseo común, este Deseo suyo no es sino eso, ya que ningún ser humano desea de la misma manera en que desean sus semejantes cercanos o lejanos, aunque deseen un mismo deseo.

Por lo tanto, el Deseo es ese aspecto de la vida que nos une y desune a la vez, aquello que nos obliga como especie, como personas, como sujetos, a estar siempre al borde del abismo: quisiéramos poder no desear, pero también queremos alcanzar nuestro deseo, e incluso mientras lo perseguimos, lo que queremos en realidad no es alcanzar el objeto de dicho Deseo, sino seguir deseando. Podemos decir que esto precisamente es ser humano: un "poder desear."

Más que el razonar, más que el discurrir, más que el pensar, desear es lo que nos hace "especiales" en medio del gran esquema trazado por Dios, ya que lo que en los animales son necesidades imprescindibles para la vida (comer, beber, propagar la especie, conservar la vida propia y la de los miembros de la familia o manada, etc.), en nosotros son empeños, mecanismos de supervivencia ontológica, porque como especie no nos afanamos únicamente por sobrevivir, fornicar, ir de comilona a comilona, de bebelata a bebelata, o por propagar nuestros genes: estamos "armados" de manera tan peculiar, que queremos que estos aspectos antedichos signifiquen, que no sean solamente "algo" animal, ritualista o rutinario.

He aquí otro escollo: el Deseo es gemelo de la Muerte. Somos criaturas que quieren seguir deseando, pero sabemos que el tiempo se nos acaba, que tarde o temprano no sólo dejaremos de "existir", sino también de desear y, en consecuencia, de "vivir", de poder perseguir y conquistar lo mejor que podamos hacer con nuestra vida, ya que no hay nada prehecho, sino que todo es obra de nuestras manos. Por eso es que muchos creemos en la inmortalidad del alma: no podemos concebir que los que vivimos vayamos a desaparecer, que el mundo pueda seguir existiendo sin nosotros. Esto tiene mucho de narcicismo y egocentrismo, y bastante de soberbia y arrogancia, pero también veo en ello cierto retorno a una nobleza antigua: después de todo, el animal "existe", la cosa "está", pero el hombre "es."

En conclusión, nosotros no solamente deseamos, sino que somos nuestro deseo, el cual se decanta en ríos que subvierten en riachuelos que riegan las profundidades de la Tierra, todos ellos vertientes que buscan el Corazón de Todo, aunque sólo unos pocos llegan a él. Toda nuestra vida se reduce a perseguir nuestro Deseo y, simultáneamente, a defendernos del mismo, ya que aquello que anhelamos usa máscaras, muda de rostro para ser amado por y para el Otro. Mientras que el objeto de nuestro Deseo nos estrecha con sus brazos para darnos su beso, tenemos que usar nuestro criterio para quitarle el antifaz: si el espectro tiene rostro, nuestro Deseo es noble, y nuestra pulsión queda justificada. Si no lo tiene, nuestro Deseo no es sino Oquedad, la cual es solamente una miasma en la que no brilla la luz de nuestros ojos.

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